Zahar…
Estábamos todos en la misma nave. Los mercenarios, el equipo táctico, Milo… y Víctor, sentado más adelante, con los papeles de operaciones en su maletín. Era como si el fin de una guerra no significara la paz, sino otra forma de silencio.
Yo iba al fondo, con la chaqueta en las piernas, la mirada perdida en el vacío, mientras las luces tenues del fuselaje hacían sombras largas en los rostros.
Mi corazón… no había vuelto a latir con fuerza desde que me separé de él.
Y cuando el piloto anunció el inicio del descenso sobre Londres, algo en mi estómago se tensó. Apreté la cadena que aún llevaba escondida bajo la camiseta, y exhalé hondo. No podía evitar pensar si Kereem también estaría mirando al cielo ahora, sintiendo que me alejaba.
El aterrizaje fue firme y seco.
Afuera nos esperaban varios vehículos del servicio diplomático y personal de inteligencia, todos descendimos uno a uno por la rampa del avión, y cuando toqué el suelo de Londres, lo sentí frío y totalmente ajeno.
Cuando