Zahar…
Corríamos, no trotábamos, no avanzábamos con cautela, corríamos como si la muerte nos pisara los talones. No nos movíamos en formación, corríamos como fugitivos, como cazadores, perseguidos por el mismo fuego que desatamos. La sangre aún me ardía en la cara, seca ya, pero aún presente como un recordatorio de que él también me había salvado.
El cuerpo aún me temblaba por el corte en el cuello, por el ataque, por la forma en que Kereem me había arrancado de la asfixia… pero no era eso lo que me desarmaba por dentro. Era su mirada.
Esa condenada mirada que parecía arder con una rabia contenida, como si la posibilidad de perderme fuera la chispa que podía encender un infierno.
Mi respiración era un castigo, cada bocanada era un latigazo de aire caliente mezclado con arena. Pero seguí. Kereem corría delante de mí, marcando el paso con su espalda tensa, los músculos del cuello visibles, incluso bajo la tela.
El auricular que yo no tenía era como una barrera entre su mundo y el mío,