Zahar…
Cuando salí de la sala con Víctor, todo parecía moverse más deprisa. El aire era más denso. La gente caminaba con prisa, y yo… yo apenas podía mantener el paso sin sentir que todo podía colapsar en cualquier momento.
Milo caminaba a mi lado con el teléfono en la mano, hablando con alguien en clave. Parecía otro. Su voz era más grave, sus órdenes más secas. Ese no era el Milo que me ayudaba con los entrenamientos o me regalaba café cuando no podía dormir. Este era un soldado. Uno de verdad.
Aún faltaba que Víctor se reuniera con Calley y debíamos cruzar los dedos, pero fue por la noche cuando él fue a mi habitación con un rostro serio.
—Tres días —se sentó a mi lado y abrí la boca.
—Es mucho tiempo.
—Es lo que se necesita. No soy militar ni sé lo que ustedes, pero Calley está arriesgando mucho, incluso los acuerdos diplomáticos.
Me restregué el rostro y me levanté. La impotencia a veces quería gobernarme, pero estaba desesperada.
—Es una agonía —sollocé de nuevo.
No podía contro