Zahar…No escuché más.No vi más.Solo un sonido lejano en mis oídos. Un vacío antes de un grito que se construía en mi alma. Como si un vidrio estallara dentro de mi cabeza. Como si el mundo se hubiese quebrado, pero no en mil pedazos… sino en uno. Uno solo. Un punto negro y enorme que tragó toda la luz.Sentí que alguien me sujetó cuando trastabillé, pero no supe quién. Tal vez fue Milo, o tal vez mis propias rodillas al rendirse.La silla en la que caía o me sentaron estaba tan fría que parecía anestesiarme, pero el corazón, el corazón, ardía como si lo hubieran sumergido en fuego líquido.“No está con nosotros…”Esas palabras resonaban como un eco maldito, una y otra vez. Y cuanto más las repetía mi mente, más inverosímil me parecía.No.No, no, no…Kereem no podía estar muerto. No después de todo lo que habíamos vivido. No después de tantas promesas no dichas.Una mano me alzó el rostro entre mis pensamientos distorsionados, y este momento no podía dejar caer ni una lágrima cuand
Zahar…La decisión fue un susurro entre el caos.Milo me miró solo una vez antes de que todo comenzara a moverse como piezas de un ajedrez prohibido. Nadie supo que, mientras se preparaban armas, mochilas tácticas y mapas, y yo ya había empacado mi silencio. Un chaleco prestado, botas militares que no eran mías, una pistola que pesaba más por lo que significaba que por su acero.Por la tarde Milo apareció en mi habitación sin una palabra. Me dejó un paquete sobre la cama y ya sabía que estaba apoyándome.—Una hora antes que los demás. Silencio total —susurró, sin mirarme—. Si te ve Víctor, estás fuera. Debes salir de la base, y quedarte en el portón de entrada, ¿cómo lo harás? No me preguntes… cerraré esta puerta antes de salir, y se dejará la instrucción de no molestar afuera. Esa será tu protección mientras salimos.Asentí con fuerza, como si eso fuera suficiente para borrar el miedo. Y quizás lo era. A veces el miedo también se elige.Nada más se hizo la hora, corrí, Milo hizo una
Kereem…Algunas personas creen que el silencio es vacío, pero eso es porque nunca han estado vivos dentro de una tumba.Han pasado 10 malditos días. Y si hay una cosa que puedo decir con seguridad, es que, el que puede controlar su temperamento, puede conquistar el mundo, y yo ya me estaba haciendo apuestas a mí mismo, si era capaz de ello o más.Aquí abajo el tiempo no es más que un monstruo de pasos sordos. No hay amaneceres ni relojes. Solo una bombilla intermitente que nos recuerda que estamos en pausa.Que mi ira está en pausa, que mis ansias están detenidas, y que, las imágenes de lo que quiero que pase, deben esperar un poco más.Los planes nunca habían tenido que cambiar, pero tuvieron que suceder de esta forma, si queríamos llegar a un final sin más salidas.Solo un camino, solo esta verdad, solo esta forma.Tomé la aspiración, cuando literalmente podía respirar entre las rocas detrás y delante de mí. Mi espalda recargada contra la pared húmeda del túnel. Los generadores zumb
Zahar…El sonido de su voz me sacudió como un disparo; no era una pregunta, era una detonación emocional. —¿Me reconoces, pequeña tormenta?Di un paso hacia atrás, no por miedo, sino porque mi alma parecía haberse adelantado al cuerpo. Él estaba allí. Vivo. Respirando. Con los ojos más oscuros que recordaba. Mi Kereem…Aunque no, ya no era solo eso. Ahora era algo más, algo que había nacido en las sombras y crecido entre la rabia y la impaciencia. Sus pasos fueron lentos, arrastrados por la densidad de ese momento. Parecía más alto. Más pesado de espíritu. Llevaba una chaqueta táctica sobre el cuerpo tenso, y sus manos —Dios—, esas manos no habían dejado de temblar. Lo abracé con fuerza, pero todo estaba revolucionado en mí cuando comencé a golpearlo, porque no podía ser tan maldito de hacerme pasar por esto.—Pensé que… —empecé a decir, pero mi voz se quebró. —¿Pensaste que estaba muerto? —asintió con lentitud—. Yo también, durante un tiempo… estaba muy jodido aquí.Parpadeé
Zahar…Estábamos viendo el mapa en la mesa, Asad explicaba los pasos a seguir, y no sabía qué había pasado con la embajada o qué conexiones hicieron porque mi tiempo ausente, que aún me tenía temblando las piernas.No quería mirar a Kereem que ya estaba listo en su uniforme, con un chaleco especial, así como los demás del grupo. Yo apenas me estaba colocando el mío, ordenándole a mi cerebro que se enfriara por completo.Como Asad lo había dicho, nos íbamos a dividir en dos grupos. Unos, iban a comenzar en los túneles para buscar otra salida, y el segundo, literalmente, saldría por la compuerta que conseguimos.El riesgo, era mucho, todos aquí lo sabían, porque esta no era como la primera vez, como cuando Kereem y su grupo habían desaparecido.Por lo que sabía ahora, se volvía una caza, y se veían a alguien en la superficie moviéndose. No importaba si eran de los mismos hombres de Naim, este tendría que ser eliminado en segundos.¿El plan? Kereem se iba a dirigir a los comandos fuera d
Zahar…Corríamos, no trotábamos, no avanzábamos con cautela, corríamos como si la muerte nos pisara los talones. No nos movíamos en formación, corríamos como fugitivos, como cazadores, perseguidos por el mismo fuego que desatamos. La sangre aún me ardía en la cara, seca ya, pero aún presente como un recordatorio de que él también me había salvado.El cuerpo aún me temblaba por el corte en el cuello, por el ataque, por la forma en que Kereem me había arrancado de la asfixia… pero no era eso lo que me desarmaba por dentro. Era su mirada. Esa condenada mirada que parecía arder con una rabia contenida, como si la posibilidad de perderme fuera la chispa que podía encender un infierno.Mi respiración era un castigo, cada bocanada era un latigazo de aire caliente mezclado con arena. Pero seguí. Kereem corría delante de mí, marcando el paso con su espalda tensa, los músculos del cuello visibles, incluso bajo la tela.El auricular que yo no tenía era como una barrera entre su mundo y el mío,
Zahar…El beso no había terminado de morir en mis labios cuando el carraspeo nos interrumpió. Como una daga sutil, pero precisa. Me separé de Kereem con los pulmones apretados, con la boca aun palpitando por lo que acababa de pasar, pero no era el rubor en mis mejillas lo que me encendía por dentro, sino la tensión brutal que se instaló al ver la figura a unos metros de mí.—Víctor —estaba de pie, con el rostro serio, y su postura, casi perfecta.Me levanté enseguida, él estaba a solo metros de mí, quieto, viéndome solo a mí, y sus ojos no mentían. No era solo sorpresa… era algo más, ¿rabia? ¿Impotencia?Literalmente era a algo que no quise nombrar, pero que me caló la piel.—¿Estás bien? —preguntó, dando un paso hacia mí.Su voz fue baja, pero cargada, como si cada palabra fuera un terreno minado, y no le importó la presencia de Kereem.Ni siquiera hizo el intento de disimular su presencia, caminó directo hacia mí, como si el espacio que nos separaba no estuviera impregnado de tensió
—Son inversiones importantes, mi señor… a la larga, podemos aliarnos a esas empresas. La monarquía se hace más fuerte con cada inyección de dinero…Kereem Abdalá, el Emir de Arabia Saudita, asintió y comenzó a leer los documentos.Sanem estaba a su lado un poco inquieta. Había un poco de sudor en su frente, los síntomas estaban volviendo cuando se colocó la palma en su vientre, y se dobló al sentir un fuerte dolor.—¿Te encuentras bien? —preguntó en susurro su esposo en susurro, pero ella asintió rápidamente.—Sí… creo que tengo que retirarme un momento… siento irme de repente.—Te acompañaré… —Kereem insistió.—No es necesario… — Ella apretó los dientes de forma ruda, para disimular su dolor, y con permiso de todos los presentes en el escenario, se retiró mientras Kereem quedó un poco preocupado observando su salida repentina.Sanem casi corrió por los pasillos del gran palacio, pero se detuvo llegando a la entrada de su habitación mientras otro dolor, mucho más fuerte que los anteri