Zahar…
Esperar duele. Pero esperar sin señales era una tortura silenciosa.
Las horas empezaron a volverse iguales. Me despertaba temprano, aunque no podía dormir. Caminaba por la base como un fantasma con uniforme americano, con el cabello trenzado y los ojos secos de tanto llorar cuando las luces se apagaban.
Kereem seguía desaparecido.
No había mensajes, ni pistas nuevas. Solo informes sueltos, rumores que no llevaban a nada. Como si el mundo entero decidiera olvidarse de él, pero yo no podía hacerlo.
Tres días después de que todo pasó, mientras empujaba mi desayuno, miré a Milo con el estómago hecho nudos y no pude soportarlo más. O hacía esto, o me moría aquí mismo.
—Milo —susurré mientras él levantó los ojos.
Solo nos resumíamos a hacer un ejercicio habitual, y a mirarnos en silencio. Eso también en la zozobra de lo que había dicho Víctor.
—¿Qué pasa?
—Necesitamos buscarlo —le dije. No era una sugerencia. Era un ruego dicho sin lágrimas—. Tienes gente. Hay gente aquí a los que le