CAPÍTULO 50 AMOR Y REDENCIÓN
Kereem…
El humo se colaba por las rejillas del techo como una maldición. Los gritos se mezclaban con los disparos, el eco de pasos apresurados venía desde los pasillos y yo solo tenía una cosa en la cabeza: salir con ella viva.
Zahar temblaba en mis brazos, tenía la respiración corta, las mejillas hundidas y la frente perlada de sudor. Pero seguía despierta. La sentía, aferrándose a mí como si supiera que eso era lo único que la mantenía consciente.
Corrimos entre columnas de metal. Las luces parpadeaban como si se estuvieran despidiendo del mundo, y los estantes gigantes se derrumbaban detrás por las explosiones que ya se acercaban. El almacén entero parecía sacudirse.
—¡Contacto en el flanco derecho! —Alguien gritó y una ráfaga de fuego nos obligó a girar bruscamente. Me agaché, cubrí a Zahar con el cuerpo y uno de mis hombres disparó sin piedad hasta que el enemigo cayó con un grito seco.
—Resiste, mi reina —murmuré casi sin voz—. Solo un poco más.
Y el