CAPÍTULO 39 AMOR Y REDENCIÓN
Zahar…
El sonido de su respiración aún golpeaba mi oído cuando caímos sobre la cama, entre las sábanas revueltas y el eco de nuestras pieles aún calientes. La oscuridad del cuarto nos envolvía como un pacto silencioso. Kereem me tenía entre sus brazos, como si el mundo pudiera colapsar allá afuera y él solo necesitara que yo siguiera ahí, respirando contra su pecho.
Su brazo cruzaba mi vientre, su pecho desnudo subía y bajaba contra mi espalda, y su boca me rozaba el cuello como si necesitara recordarme a cada segundo que estaba ahí.
—¿Estás viva? —susurró, ronco, con una sonrisa perezosa que sentí más que vi.
—No lo sé —respondí, también sonriendo—. Creo que me arrancaste el alma.
Kereem soltó una risa profunda, baja, mientras me giraba para mirarlo de frente. Sus ojos brillaban con ese fuego oscuro, inconfundible y me sujetó la cara con una mano como si le costara creer que estaba ahí.
—Te amo —dijo sin rodeos—. Hasta la locura y hasta dolerme el pecho.