Zahar…
Había dormido poco, apenas unas horas.
El primer día oficial de la reunión en la ONU comenzaba con el cielo de Londres encapotado, como si la ciudad supiera que algo se estaba gestando dentro de esas paredes blindadas. Desde el asiento trasero del vehículo oficial, respiraba profundo, repasando cada una de las notas mentales que había revisado en la madrugada.
Eduardo II, sentado junto a mí, tenía la mirada fija en el cristal polarizado. Su postura era la de un hombre que sabe que lo están observando, incluso cuando nadie parece mirarlo. Él era elegante e impecable, con un aura tan antigua como su apellido. Y, sin embargo, esa perfección no me impresionaba.
Giré ligeramente el cuerpo hacia él, cuando ya estaba preparada.
—Majestad —dije con calma, mi tono estaba controlado, pero lo suficientemente firme como para llamar su atención—. Antes de que bajemos, necesito que entienda esto con claridad.
Él me miró de reojo, sin girar del todo la cabeza, como hacen los que están acostum