Kereem
Desperté a las 6:00 a.m., después de una noche donde el insomnio me sostuvo el cuello como un verdugo paciente. Me había levantado dos veces a beber agua, y una más para revisar la bandeja de entrada en busca de información que aún no llegaba.
Zahar.
Su nombre era una maldita maldición. Respiraba en los huecos de mi cuerpo, incluso cuando no quería pronunciarlo.
Me duché sin apuro. El agua helada era lo único que podía aplacar la tensión que cargaba desde que no tenía conciencia, y Kendra parecía tener otro juego más que hacer su trabajo. Esa mujer tenía agallas… o estupidez. Todavía no lo decidía.
Asad había entrado con un par de papeles a las nueve.
—La primera reunión será a las 4:00 pm, hora local. Branson confirmó asistencia, los italianos no vendrán hasta mañana y bueno, también tendremos a su amigo, el monarca. Habrá muchas personas de peso, y debemos tener todo bajo control —dejó los papeles sobre la mesa sin esperar respuesta—. También… dejé encriptado el primer inform