LA AMANTE PROHIBIDA DEL CEO
LA AMANTE PROHIBIDA DEL CEO
Por: Paulina W
MEDIDAS DESESPERADAS.

MEDIDAS DESESPERADAS.

UN AÑO ANTES.

―¡No pueden simplemente arrancarla de su cama! ¡Ella necesita estar aquí! ―grito Elara, su voz ahogada por la desesperación mientras se enfrentaba a los guardias de seguridad. Sus manos temblaban, pero su postura era inamovible, una barrera humana hecha de puro instinto protector.

Los pasillos del hospital estaban teñidos de blancura y el olor a antiséptico, pero para Elara Vance, cada baldosa fría, cada susurro de las batas blancas, cada pitido de las máquinas era un recordatorio de la cruel realidad que estaba a punto de enfrentar. Su hermanita Rose, con sus rizos dorados y su sonrisa que iluminaba hasta el más oscuro de los días, yacía en la habitación 305, rodeada de tubos y máquinas que pitaban con cada latido de su frágil corazón.

―Son órdenes de la administración, señorita. Debe abandonar las instalaciones ―uno de los guardias replicó, su voz baja pero impasible.

Elara giró desesperadamente hacia el gerente de administración que había emergido detrás de los guardias como un árbitro en este juego macabro.

―Mirela ―rogó Elara, señalando hacia la pequeña figura en la cama a través del cristal. ―Ella es solo una niña... mi hermana... no puede sobrevivir fuera de este hospital.

El gerente, un hombre cuyo rostro mostraba las marcas del cansancio y la rutina de dar malas noticias, mantuvo su expresión neutral.

―Señorita Vance, comprendo su situación, pero el hospital no puede operar bajo estas circunstancias. Tiene seis facturas pendientes y...

―¡Es una vida! ¡La vida de una niña inocente! ―Elara interrumpió con un grito desgarrador, sus ojos suplicantes inundados de lágrimas. ―No es justo... no es...

El gerente miró hacia otro lado, incómodo, su voz un hilo tenso al hablar.

―Lo siento, señorita Vance. No hay nada que yo pueda hacer. Son órdenes del dueño y...

Los hombres avanzaron para cumplir su deber, pero Elara se interpuso entre ellos y la puerta, su cuerpo tembloroso pero decidido.

―Solo dame dos días ―suplicó con una intensidad que brotaba desde lo más profundo de su alma. ―Dos días para conseguir el dinero. Eso es todo lo que pido.

Hubo un momento en que el tiempo pareció detenerse, un silencio en el que se podía sentir el palpitar del corazón de cada persona en el pasillo. El gerente suspiró, una exhalación cargada con el peso del mundo.

―Dos días ―concedió finalmente, su voz apenas audible sobre el zumbido constante del hospital. ―Ni uno más.

Elara asintió frenéticamente, sus lágrimas cayendo libremente ahora que los guardias se retiraban con pasos silenciosos. Se volvió hacia la habitación y a través del vidrio vio a Rose, tan pequeña y vulnerable en esa cama grande, ajena a la frialdad del mundo más allá de sus sueños.

Con pasos vacilantes, entró en la habitación y se acercó a la cama. Su mano encontró la de su hermana, tan pequeña y fría. Se inclinó hacia adelante y depositó un beso en su frente.

―Voy a conseguir ese dinero, Rose ―susurró con una promesa que era tanto una oración como un voto. ―No dejaré que nada te pase. Lo prometo.

Y con esa determinación forjada en la fragua de su amor inquebrantable por su hermana, Elara salió de la habitación. Sus pasos eran lentos pero decididos mientras comenzaba a planificar cómo haría lo imposible: vender lo único valioso que le quedaba.

***

La puerta del lujoso estudio se abrió con un suave clic, anunciando la llegada de Nathaniel Cross.

―Bienvenido, Nat, es un gusto tenerte de regreso después de tanto tiempo ―dijo Roger.

Nathaniel le devolvió la media sonrisa y aceptó el trago que le ofrecía el único hombre que había soportado ver después de la tragedia.

―Gracias ―murmuró, dejando que el sabor del whisky acariciara su garganta, un breve respiro en su tormento interno.

―Y dime, ¿estás listo para asumir el control de Cross Industrias? ― preguntó, observando a su amigo a través del humo del cigarrillo mientras daba un gran trago a su whisky.

Hubo una pausa, un silencio cargado de recuerdos y decisiones no dichas.

―Sí ―respondió finalmente Damián ―Después de todo es mi legado, ¿no?

Roger, amigo de Nathaniel desde tiempos que parecían pertenecer a otra vida, sabía leer entre líneas. La tragedia aún se cernía sobre Nathaniel como una sombra persistente.

―Viejo, tienes que dejarlo atrás, ¿de acuerdo? Ya ha pasado demasiado tiempo, Estefanía…

―No quiero hablar de eso ―lo interrumpió Nathaniel bruscamente. Su voz era firme, pero sus ojos desviaban la mirada. ―Mejor concentrémonos en el hospital. ¿Es cierto que está en su mejor momento?

Roger asintió.

―Sí, las acciones se han disparado y seguimos siendo el número uno del país. Cada vez son más los que se suman a nuestras filas.

―Bien, me alegra ― dijo Nathaniel con un tono que apenas ocultaba su indiferencia ―Después de todo, mi hermano no acabó con el patrimonio de nuestra familia.

Roger frunció el ceño levemente y dijo con una sinceridad insatisfecha.

―Derek es un bueno para nada, y perdóname, pero todo esto es tu culpa. Si no te hubieras exiliado en Europa, otra cosa sería. Pero ya estás aquí y eso es lo que importa.

Nathaniel asintió sin contestar; había regresado solo por obligación. Chicago estaba llena de demonios que lo atormentaban.

―¿Qué te parece si vamos a un club? Hace tiempo que no nos vemos ―sugirió Roger con un toque de diversión en su voz.

Nathaniel dejó el vaso con demasiada fuerza en el escritorio y se puso de pie.

―No estoy de ánimo. Ve con alguien más.

―Oh, vamos, no seas amargado, por Dios, tienes treinta y tres años. ¡Disfruta la vida, hombre! ―insistió Roger, tratando de inyectar algo de ligereza al momento.

Nathaniel no estaba interesado en ir a ningún lado; lo único que deseaba era ir a su departamento y dormir. Sin embargo, por razones que ni él mismo entendía completamente, acabó diciendo que sí.

Y efectivamente, esa noche cambió su vida.

CLUB BLACK ROSE.

―¿Estás segura de que quieres hacer esto? ¡Por Dios, Elara, tú no eres así! ―exclamó Sara, con preocupación y miedo. Se encontraba de pie frente a Elara, con las manos apretadas en un gesto de súplica.

Elara la miró, sus ojos azules brillando con una mezcla de determinación y desesperación.

―No tengo otra opción, Sara. Rose me necesita y yo... ―su voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a brotar, rastreando un camino por sus mejillas. ―Estoy decidida, Sara. Por favor, ayúdame.

Sara observó a su amiga, el corazón apretado por la injusticia de su situación. Elara era demasiado buena e inocente para el cruel giro que había tomado su vida.

―Está bien ―dijo finalmente con una voz temblorosa, acercándose a Elara para tomar sus manos entre las suyas. ―Pero escucha algo, sea quien sea el comprador, no puedes negarte. Tienes que aceptar que él será tu dueño por una noche. ¿Entiendes eso?

Elara asintió, su corazón latiendo con fuerza, cada latido un grito sordo de la realidad que estaba a punto de enfrentar.

―Lo entiendo ―murmuró, sintiendo cómo el miedo y la resolución se entrelazaban en su pecho.

―Bien ―dijo Sara, intentando infundir algo de valor en ambas ―Entonces vamos a prepararte.

 Se dirigió hacia el armario y comenzó a seleccionar la ropa adecuada para la noche que esperaba a Elara.

El silencio se apoderó del espacio mientras Sara ayudaba a Elara a vestirse. Cada pieza de tela era un recordatorio del sacrificio que estaba a punto de hacer. Elara se miró al espejo cuando estuvo lista; la imagen que le devolvía era la de una desconocida, una versión endurecida por las circunstancias.

―Prométeme que esto no te cambiará ―susurró Sara, su mano temblorosa al ajustar un mechón rebelde del cabello de su amiga.

Elara encontró los ojos de Sara en el reflejo del espejo y le ofreció una sonrisa triste pero firme.

―Lo prometo ―dijo, aunque ambas sabían que algunas promesas son demasiado pesadas para garantizarlas.

Con un último vistazo al espejo, Elara se giró y se dirigió hacia la puerta. Cada paso era un adiós a la inocencia perdida y un paso hacia el incierto futuro que debía enfrentar para salvar lo único puro que le quedaba: su hermana Rose.

La atmósfera en el bar era un cóctel de sombras y luces tenues, con la música suave de fondo. Nathaniel un hombre acostumbrado a la soledad, se encontraba sumido en sus pensamientos cuando una voz temblorosa lo interrumpió.

―Señor, ¿quiere comprarme?

La voz de Elara tintada de timidez, cortó el zumbido del bar y alcanzó a Nathaniel, que se giró lentamente, con su bebida en mano.

―¿No eres todavía una estudiante?

―No, ya soy universitaria. 

Con un sonrojo que le pintaba las mejillas, bajó la mirada, su inocencia en contraste con la atmósfera del bar.

Nathaniel soltó una risa suave pero cargada de sarcasmo, sus ojos verdes destilando desprecio.

―Así que las universitarias de hoy en día tienen este nivel...

Elara se tensó, su mente luchaba entre la indignación y la resignación. Quería refutarle, pero ¿cómo podría? Su necesidad era su única verdad en ese momento. Un silencio denso se cernió sobre ellos, solo interrumpido por el suave tintineo de la copa de Nathaniel y el aroma del whisky que se esparcía en el aire.

Ella maldijo internamente. «¿Por qué me mira así? ¿No sabe lo difícil que fue dar este primer paso?»

Con la urgencia de reunir el dinero para los gastos del hospital de su hermana empujándola, Elara giró sobre sus talones y se alejó con determinación.

―¿Cuánto?

El giro de Elara capturó la atención de Nathaniel.

―Quinientos mil.

Su voz era firme, pero su cuerpo la traicionaba mostrando su nerviosismo con un temblor apenas perceptible. Nathaniel la observó con una mezcla de desdén y curiosidad, su frialdad era palpable.

―¿Le… le interesa?

La impaciencia se filtraba en su tono. Había elegido a Nathaniel en ese club lleno de hombres por su juventud y buena apariencia, convenciéndose de que lo que estaba a punto de ofrecer no era más que una membrana insignificante si eso significaba salvar a su hermana.

―Dime por qué vales 50.000 dólares.

Su paciencia parecía inusual, indicando un interés despertado por la propuesta de la hermosa mujer. Evaluando el recatado atuendo, Elara se preguntó si había cometido un error al acercarse a él.

―¿No puedes hablar?

Su tono era juguetón, casi malicioso. Prefería la timidez en lugar de la audacia que Elara mostraba.

―Hay una razón.

Ella se armó de valor, desechando su orgullo.

―Soy virgen. ¿Es suficiente esa razón?

Sus ojos se encontraron con los de Nathaniel, desafiantes, esperando una respuesta a la propuesta que había colocado sobre la mesa.

―¿Virgen...? Las calles están llenas de vírgenes falsas, ¿Quién dice que de verdad lo eres?

El rostro de Nathaniel mostraba una sonrisa maliciosa, sus ojos brillaban con provocación y desprecio. Incluso en la quietud, su presencia era una fuerza opresiva.

―¡Vete al infierno! ¡Buscare a otro!

La ira rugió en la voz de Elara. Sus mejillas se tiñeron de un rosado seductor, y sus ojos brillaban con una mezcla de furia y desafío.

―¿Qué acabas de decir? ―pregunto Nathaniel, su voz era profunda, un filo afilado tiñio sus palabras mientras su agarre apretaba la muñeca de la mujer.

―¡Dije que te vayas al diablo! ¡Déjame ir!

Ella intentó soltarse, pero era inútil, el agarre de Nathaniel era fuerte. Sus ojos chispeaban con ira incontenible.

―¿Te atreves a repetirlo?

La frialdad de su tono era palpable, y Elara tragó, consciente de la tensión en el aire.

―¡Déjame ir!

Ella luchó con más fuerza, pero Nathaniel la arrastró hacia la salida del bar.

―¡Oye... suéltame! ¡Voy a gritar! ¡Sueltame infeliz!

El pánico se mezclaba con su ira, consciente de la situación extraña en la que se encontraba.

―Grita si quieres ―dijo el desafiante, él no parecía temer ninguna consecuencia.

Elara gritó por ayuda, pero fue ignorada por los transeúntes, como si fuera solo una más de las escenas nocturnas habituales en el club.

Finalmente, cuando se detuvo, ella lo miró fijamente, mordiéndose el labio inferior en frustración y miedo.

―¿Qué deseas?

Elara con los dientes apretados y la frustración burbujeando dentro de ella, respondió con determinación a pesar de sus dudas.

―Quiero dinero en efectivo.

Nathaniel la soltó y se acercó para acariciar su mejilla.

―Como dije antes, si lo vales, te daré cada centavo.

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