Capítulo 39: Un motivo diferente de la consulta

Luego de una magnífica luna de miel, en donde no me cansé de disfrutar a mi mujer cada día, hemos llegado a la ciudad con varias cosas que hacer, una de ellas visitar a un doctor que le dé un método anticonceptivo para evitar un embarazo por ahora.

Aunque no fue sencillo explicarle a Isabella que sólo quiero su bienestar y que cumpla sus metas, lo que no pude hacer fue convencerla de que yo podía usar el método en lugar de ella. Se negó rotundamente y contra eso ya no pude hacer nada.

Así que aquí estamos, esperando a que el doctor nos haga pasar y nos diga cuál es el mejor método para ella.

—En serio, amor, no tienes que estar aquí —me dice ella con dulzura—. Ni siquiera sabemos si te dejarán entrar.

—No importa, aquí estoy y punto —le doy un beso en su mano y seguimos esperando.

Varios minutos después la llaman y me pongo de pie con ella, el doctor no me dice que debo quedarme afuera, así que entro. Ella me mira divertida, yo me encojo de hombros y tomamos asiento.

—Bien, señora Martínez, dígame a qué ha venido hoy.

—Bueno, doctor, quisiera iniciar un método anticonceptivo, no muy invasivo y que sea casi inmediato.

—Entiendo, muy interesante, le haré unas preguntas de rigor, luego la examinaré y decidiremos cuál método elegir —acerca el teclado y le hace la primera pregunta—. ¿Qué método han usado hasta ahora?

—Ninguno —dice ella con calma y el doctor fija la vista en ella con seriedad.

—Bien, aquí tenemos el primer asunto. ¿Se ha hecho alguna prueba de embarazo?

—No, mi periodo ha llegado normalmente desde que iniciamos nuestra relación íntima —le responde ella, mientras el doctor saca de su escritorio un frasco.

—Antes de elegir cualquier método, debe hacerse una prueba para estar seguros de que no está embarazada.

La veo quedarse impactada y lo sé porque yo me siento así. Le indica que pase al baño que está allí, unos minutos después sale con la muestra, el doctor la deja en una bandeja metálica cerca de la camilla que hay allí, se coloca guantes y mete dentro una prueba que los dos observamos fijamente tomados de la mano con nervios.

Veo cómo en cuanto la varilla se torna rosa, dos líneas aparecen en una pantalla pequeña, el doctor asiente y luego se deshace de todo, menos de la prueba, la que nos entrega con mucho cuidado.

—¿Saben cuál es el resultado? —yo asiento, recuerdo esa prueba de Pía cuando nos la enseñó para decir que venía su quinto hijo en camino.

—Es positiva —Isabella me mira asustada, pero yo le sonríe feliz y la abrazo sin evitar el dejar salir lágrimas de felicidad. Sollozo como un niño porque no me puedo creer tanta dicha en tan poco tiempo, algo que creí que no sería posible en mi vida, el tener mi propia familia… sí se dio y a lo grande.

—Asumo que no sabe de cuánto está, puesto que ha tenido su periodo normalmente —me separo al fin de Isabella y ella asiente, también con lágrimas en los ojos, sé que está feliz—. Bien, lo sabremos ahora, pase a la camilla y descúbrase el vientre, haremos un ultrasonido.

Los dos nos ponemos de pie y en lugar de que mi esposa haga el esfuerzo para subirse en ella, yo la levanto y la dejo allí, el doctor sonríe por mi atención a mi esposa, pero no entiende que no quiero que haga nada, ni un esfuerzo, si antes la consideraba de cristal, ahora no podré aguantarme los nervios de que dé siquiera un paso.

—No exageres, Castelli, que estoy embarazada, no fracturada del pie.

—Entiéndeme… no creí que esto me fuera a pasar jamás en la vida —le digo con un puchero y ella me sonríe.

—Pues está pasando y no seas tan dramático, que no eres viejo, sólo tienes treinta años.

—Un papá joven para recibir a este bebé camuflado —dice el doctor.

Hace todas las maniobras necesarias para realizar el ultrasonido y en pocos segundos tenemos la imagen de nuestro bebé, además de sus latidos. Aprieto la mano de mi esposa, ella aprieta la mía y sé que ahora no hay nada más hermoso que ver la vida que hemos creado.

Salimos de allí con una serie de recomendaciones para el cuidado de mi esposa, quien resulta que ya tiene doce semanas. Nos subimos al auto, nos miramos unos segundos y gritamos emocionados por la noticia, con la fotografía de nuestro bebé en el bolso de mi mujer.

—¡No lo puedo creer, nos engañó! —le digo tocando su vientre, llorando de nuevo.

—Buena puntería la tuya, porque nos salió a la primera —frunzo el ceño y ella se ríe—. Venía sacando cuentas mentales y ese intruso lo concebimos en la noche en el Magnolia o durante esos días, porque no paramos ni un solo día.

—Yo sabía… me dije aquella vez que estabas embarazada porque ninguno de los dos pensó en usar nada, pero cuando me dijiste que había llegado tu periodo… no lo puedo creer, soy tan feliz.

—Y yo, la verdad es que eso de que los hijos nos detienen o tener que esperar para tenerlo no es lo mío. Sólo es cosa de ver a las mujeres de tu familia, mi madre… ninguna se detuvo con sus embarazos y hoy son exitosas, ya ves a Francesca que hasta ministra de obras fue y estaba embarazada.

—Tienes razón, yo sólo no quería presionarte, pero ahora… ahora que se vaya toda la planificación a la punta del cerro. Si me dices que quieres uno, dos, tres, cuatro…

—¿Ocho, como Pía?

—Eso sí que no, mi amor… ella sí que se pasó de la raya con tantos niños.

—A mí no me importaría, tengo demasiado amor que dar.

—Dámelo a mí —le digo pasando mi dedo en el escote de su blusa y llegando al primer botón.

—Contrólate, adolescente calenturiento, estamos en un estacionamiento.

—Subterráneo y solitario, sin cámaras más que en la entrada… —le digo desabotonando y sonriendo con necesidad de devorarla allí.

—Lorenzo… —dice ella cuando bajo a su pecho para besar justo en donde su piel y la tela se separan.

Continúo el camino sin detenerme, libero uno de sus pechos, reclino el asiento y comienzo a beber de ella. En lugar de detenerme enreda sus dedos en mi cabello, siento que no aguantaré a llegar a casa, así que me bajo del auto, me paso al asiento trasero y bajo todo el asiento para pasarla atrás conmigo.

En menos de un minuto ella está sentada sobre mí, montándome completamente desinhibida y mirándome desafiante a los ojos.

—Te prometo que la próxima vez no fallaré, esposa… —me mira con el ceño fruncido y le digo con voz ronca en su oído—. El próximo embarazo será de gemelos como mínimo.

Ella se ríe y estremece mi corazón, nos fundimos en un beso antes de dejarnos ir en un orgasmo delicioso, que la deja con su cabeza en mi hombro, mientras yo acaricio su espalda. No quiero moverme, estar así con ella es tan maravilloso, me encanta saber que puedo protegerla, amarla y al mismo tiempo hacer esas cosas por mi pequeño…

—¿Y si es una niña? —le pregunto asustado—. ¡Dios, me voy a volver loco! Yo no voy a querer que la toquen o la miren siquiera otros chicos que no sean de la familia.

—No exageres —me dice ella—. La criaremos fuerte, valiente, decidida… quiero que sea tremenda, que cuando hable deje a todos en silencio para que oigan lo que tiene que decir. Quiero que sea como tu madre, tu abuela, como sus tías. Que tan sólo con poner un pie en algún lugar las miradas se posen en ella por su inteligencia y su belleza, será una mujer fuerte como una Castelli Martínez en toda regla.

—¿Y cómo se llamará?

—Si es niño, quiero que se llame Lorenzo Andrés —me dice ella y hago un puchero—. Es un gran nombre, dos hombres de tu familia lo llevan y son fabulosos —me besa con dulzura—. Y si es niña, se llamará Tamara Julieta.

—Me encantan… son nombres perfectos.

—Claro, es porque son los nombres posibles para nuestro hijo, y nuestro será perfecto, ya lo verás.

Nos movemos, ayudo a mi esposa a pasarse al asiento del copiloto y yo me bajo del auto como si nada hubiese pasado en el asiento trasero. Salimos de allí para nuestro departamento, el que pienso poner a la venta para comprar una casa, aunque Isabella me dice que no es necesario que la venda, porque bien podría quedar para emergencias.

Eso lo veremos luego, ahora lo que importa es que debemos anunciarle a la familia la noticia y ya sé cómo hacerlo.

Me detengo antes de entrar a nuestra habitación, Isabella se gira para ver qué hago.

—¿Cuándo les vamos a decir y cómo?

—¡Ups! Acabo de decirlo en el grupo de la familia —le digo mostrando mi teléfono y ella rueda los ojos. Su teléfono suena y vemos que es mi madre.

Desde allí los mensajes y llamadas no cesan, todos para felicitarnos. Mi padre envía flores para la madre, Fabio un peluche gigante para el bebé y mi tío Luca un babero para el padre que dice «Mi mujer y mi bebé me dominan».

Al llegar la noche, luego de hacerle el amor a mi mujer lento y delicadamente, enloqueciéndola de mil maneras distintas, la observo descansar desnuda a mi lado. Acaricio su vientre en donde está nuestra pequeña creación, me acerco y le susurro.

—Hola, pequeño intruso, soy papá… te prometo que seré el mejor padre del mundo, te daré amor, te apoyaré en todo lo que quieras para tu vida, pero si veo que te estás equivocando, voy a negarme hasta hacerte entender… —me río y niego con la cabeza—. Pero, aunque no quieras detener tus planes, siempre, mi amor… siempre… estaré para ti.

Dejo otro beso, regreso al lado de mi mujer, la abrazo y dejo mi mano protectora sobre mi hijo, o hija… el karma que me volvió loco se terminó y ahora soy feliz en verdad.

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