Capítulo 38: Alcanzar las estrellas

Estoy en una de las habitaciones de invitados de la casa en la playa rodeado de todos los hombres de la familia. Mi padre me ayuda a colocarme el saco del traje negro que mi madre ha diseñado para mí exclusivamente para esta ocasión, el señor Russo me ayuda con la pajarita mientras me dice.

—Hijo, ya la cagaste mucho en tu vida, así que ahora procura no volver a hacerlo.

—No le digas hijo, Russo —le advierte mi padre y él sólo se ríe.

—Él sabe que es de cariño, al final le pasaron casi las mismas cosas que a mí, sólo que no se ha muerto ni mucho menos ha estado en la cárcel.

—Pero estuvo a punto —señala mi tío Luca.

—Eso es porque tiene consciencia, eso se lo sacó a su madre —dice mi tío Gabriel.

—¡¿Acaso yo no tengo consciencia, tío?! —exclama mi padre y todos nos reímos.

—No mucha si te las diste de amante —se ríe el señor Russo, esa parte de sus vidas ahora la cuentan como la mejor de las anécdotas, porque los llevó a las mujeres que en verdad debían estar en sus vidas.

—¡Tú me contrataste, no te hagas!

—Ah… eso es porque yo no tengo consciencia Jajajaja, y porque en esa época era un saco de bolas…

—Ustedes son tremendos —les dice Ángello con seriedad—. En lugar de sacarse los trapos al sol deberían darle consejos al futuro marido.

—Ámala mucho y entiéndela poco —dice Agustín y todos asienten.

—Llévale desayuno en las fechas importantes… o sea, todos los días —dice Piero.

—Y tal como aprendí de unos de los libros favoritos de mi mujer, si la cagas y te pilla, hazte el muerto —dice el señor Russo y todos se ríen.

—Ah, no te pases de listo —le dice mi tío Luca con seriedad—. No te guardes el milagro y dinos cuál libro es ese.

—Vale Todo, de Day Torres.

—¿Esa es la escritora que fueron a ver y que Daniela casi mata porque se hizo la linda contigo?

—No, esa que fuimos a visitar fue su escritora favorita, Jeda Clavo, ella le recomendó a Day —se encoge de hombros y todos asienten, pero veo que mi tío Luca y Agustín anotan los nombres.

—Hermano —me dice Alex alejándome de todos—. No sabes la alegría que siento de verte así, tan feliz porque te vas a casar y porque es con la mujer correcta. No hay fórmulas para un buen matrimonio, porque todos somos diferentes, los únicos factores comunes son el amor y la comunicación.

—Y una buena reconciliación en la cama después de pelear —dice Ángello y todos lo miramos sorprendidos, porque él es más serio y no suele decir esas cosas—. ¿Acaso dije una mentira?

—¡Amén! —gritan todos y yo me río.

Llaman a la puerta, mi madre se asoma y cuando me ve se lleva las manos a la boca, se acerca a mí, me arregla el saco y desarma la pajarita, a través del espejo puedo ver a mi padre y al señor Russo poner caras de sorpresa, porque ella ha desecho lo que ellos hicieron.

—Mi niño, mi chiquitín especial…

—¡Oye, se supone que yo soy tu chiquitín especial! —reclama Fabio y Piero le da una palmada suave en la nuca.

—Tú lo que tienes es que eres puto, no especial —mi madre se ríe y me mira otra vez.

—Sé lo mucho que te costó llegar a esto, porque primero debiste aprender a amarte, a estar seguro de ti mismo, pero más que todo a reconocer que nunca amaste de verdad.

«Y ya que este día es de extrema felicidad, creo que puedo contarte un secreto… yo le dije a Isabella que te pusiera patas arriba y que no te tomara en cuenta, Fabio me ayudó a darte un empujoncito poniéndote celoso y fui yo la que habló con ella cuando pasó lo de la loca esa —se me cae la quijada y ella sigue.

«Y también le conté que no la llamaste, ni le escribiste, pero sí estuviste pendiente de ella esos seis años. Me preguntaste a diario por Isabella, puede que le enviaras sólo un regalo de cumpleaños, que fue precisamente para el número dieciocho, pero antes de eso tú me dijiste qué llevarle cuando la visitamos en Cambridge, me recordaste sus cumpleaños y me pediste que le diera un abrazo fuerte por ti.

Abro mucho los ojos, mi padre asiente y yo no me creo lo que me dicen.

Sencillamente no me acuerdo.

—Puede que fuera algo mecánico —pero mi madre niega.

—No, era preocupación sincera. Siempre cuidaste de ella, nunca dejaste de estar pendiente de su estadía lejos de nosotros, de ti. Le dije todo eso y así es cómo se dio cuenta que ese tatuaje sólo fue una demostración más del amor que siempre le has tenido, puede que empezara como amigos, pero el tiempo se encargó de convertirlo en algo más y agradezco que así sea.

Abrazo a mi madre porque me ha ayudado a lograr lo que más he querido en mi vida.

Mi padre se une al abrazo y luego todos mis hermanos.

Cuando nos separamos, ella me sonríe y cada uno toma su posición. Todos saldrán antes que yo, abriendo camino hacia el altar, mientras que mi madre camina conmigo tomada del brazo.

—No me sueltes, madre —le digo nervioso de cumplir uno de mis mayores anhelos, algo que había dado por perdido.

—Nunca, tesoro, siempre estaré para ti —me da unas palmaditas en la mano y seguimos caminando al altar dispuesto en la playa.

Del otro lado veo a mi mujer caminando del brazo de su madre, nos vemos y ella sólo me sonríe. Se ve…

Se me vienen a la mente las palabras que una vez nos dijo mi abuelo cuando vio a mi abuela caminar al altar de la mano de mi padre. Nos dijo que lo primero que pensó es que se veía linda, porque es la primera palabra en la cadena de apelativos para describir la belleza que emana y, tal como él, sé que esa cadena es insuficiente para describir lo que veo.

La declaró la reina de los ángeles, con la tiara y aquel velo sencillo, además de aquel vestido digno de la realeza, los mismos atuendos que Isabella quiso usar hoy. Va con el ramo de mi madre, los zapatos de Francesca y la joyería sencilla de Pía, todas quisieron darle una parte de sus ajuares para acompañar a la mujer más escurridiza y esperada de la familia Castelli Cavalcanti.

Aunque seguro la mujer de Fabio se gane pronto ese título, por ahora mi mujer es la más linda de todas las novias.

Llegamos juntos al altar, nos tomamos las manos y terminamos el trayecto juntos.

El oficial hace la ceremonia lo más simple posible, firmamos nuestra acta y nuestros testigos, que son Alex y Aurora, también lo hacen.

Nos declaran marido y mujer, todos exclaman en gritos y aplausos, mientras ella y yo unimos nuestros labios, la tomo por la cintura para acercarla más y ella se aferra a las solapas de mi saco para no dejarme ir jamás… ¿pero a dónde iría si no es con ella?

Aunque hemos descubierto que no está embarazada y hemos tomado las previsiones del caso para que eso no pase por ahora, coloco de todas maneras mi mano en su vientre, ella me sonríe feliz y apoya su cabeza en mi brazo.

La fiesta se convierte en un acontecimiento lleno de algarabía y anécdotas, mi padre se emborracha un poco junto al señor Russo y terminan abrazados dándose las gracias por haber hecho lo que hicieron en el pasado, porque ahora viven con sus mujeres.

Veo con alegría a Fabio que hace de pareja de baile de mi abuela Jazmín, la que aún tiene buen ritmo, hasta que Javiera, la hija del señor Russo que ya tiene once años, le pide que baile con ella. Fabio se encoge de hombros y acepta.

—¿Será que le pase lo mismo que a nosotros? —me dice Isabella.

—No lo sé, allí es más complicado, porque tienen más diferencia de edad y para cuando ella crezca, ya mi hermano puede haber encontrado a la mujer que será su esposa.

—Pues yo quiero hacer una apuesta, esposo…

—¿Ah sí?

—Sí, te apuesto que, si Fabio no tiene esposa para cuando ella cumpla los dieciocho años, Fabio estará perdido.

Dejo salir la carcajada, pero acepto. Sería interesante ver esa situación, especialmente con nuestros padres.

El atardecer va dejándose ver en el horizonte, mi mujer lanza el ramo, que termina en las manos de Javiera, y la liga en las manos de Fabio quien ni siquiera se puso para esperarla.

Partimos el pastel, le doy de comer a mi mujer y luego de eso, decido llevármela a nuestra luna de miel.

No le he dicho a dónde la llevaré, quiero que sea una sorpresa para cuando estemos en el avión. Cuando ya despegamos, ella me mira preguntando a dónde vamos, pero me la llevo a la habitación del avión y mientras la estoy desnudando, le digo en un susurro.

—Vamos a conocer el lugar que siempre soñaste…

—¿Vamos a Rapa Nui? —asiento y ella deja escapar un par de lágrimas de felicidad.

—Te dije que cumpliría tus sueños, mi amor… nunca dudes de que así será.

Y lentamente la pasión nos envuelve, la hago mía de mil maneras diferentes para que grite mi nombre y yo el de ella, así se quede en las nubes en lo más alto del mundo, para que nada ni nadie alcance nuestro amor jamás, sólo nosotros mismos cuando hagamos el amor e intentemos alcanzar las estrellas.

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