Extra 1

Ocho años después…

Miramos nuestra casa con cierta nostalgia por última vez. Todos los grandes muebles se han quedado en sus lugares tapados con enormes telas blancas que los protegerán de la luz y el polvo.

Las cosas más pequeñas han quedado dentro de cajas seguras en ciertos espacios de nuestra mansión. Pero todo lo que son los recuerdos y aquellos trabajos hermosos que los niños hicieron mientras estaban en el colegio se van en otras cajas rumbo a Italia.

Aunque no fue algo que planeásemos desde hace mucho tiempo, la verdad es que tanto mi mujer como mis hijos han aceptado la idea que nos vayamos a Florencia para reemplazar a José en su estadía en la empresa que mi abuelo heredó.

La madre de su mujer ha estado bastante enferma y quiere acompañarla en caso de que algo le suceda.

—¿Papá, crees que volvamos alguna vez a Chile? —me pregunta algo emocionado mi pequeño. Flavio.

—Creo que sí, hijo, vendremos en las vacaciones y cada vez que podamos.

—Yo extrañaré los cumpleaños aquí —dice Lorenzo riéndose—. Eran buenos porque recibíamos muchos regalos, pero especialmente porque todos terminaban cantando canciones muy desafinados.

—Aquí fuimos felices —dice mi quinceañera con más nostalgia—. Nos llevamos lindos recuerdos, pero estoy segura de que en Florencia vamos a tener muchos más. Después de todo, viviremos en la casa que era de nuestra abuela… Y ella siempre la amó.

Todos asentimos y nos subimos al auto. Cada uno se coloca su cinturón y partimos con rumbo al aeropuerto en donde el avión de la familia nos está esperando para trasladarnos a Florencia. Ayer por la tarde hemos ido a despedirnos de mis padres, mi madre no se cohibió en llorar por la tristeza de tener que irnos.

Aunque todos sus demás hijos se quedan aquí, para ella no es sencillo tener que ver partir a uno tan lejos.

Al llegar al aeropuerto, vemos con emoción cómo han llegado mis hermanos con todos mis sobrinos a despedirnos y en medio de ellos, mis padres.

Me bajo del auto realmente emocionado, trato de contener mis lágrimas, pero no puedo. Verlos aquí para despedirnos no es sencillo. En la medida que voy viendo el rostro de cada uno recuerdo las travesuras que hicimos de pequeño, bueno, las que hacía yo y terminaban pagando todos.

A pesar de eso, de todos los problemas en que los metí, cuando los necesité ellos nunca me dejaron solo. Pude sentir su amor y su apoyo a cada momento de mi vida. Y cuando necesité consejos de paternidad, no dudaron en dármelos. Cada uno me dio su fórmula para ser padre y todo eso me ayudó a que fuera el mejor. Y ciertamente, todos los hijos son diferentes, pero las bases de ser un buen padre siempre se heredan o se comparten.

Puedo ver que nuestra familia es grande y sólida. Si un día mi mujer y yo llegásemos a faltar, sé que mis hijos van a tener el apoyo de sus tíos y sus primos. Voy abrazando a cada uno de ellos, el último mi hermano Fabio, quien sonríe feliz y me da unas palmaditas en el hombro.

—Voy a extrañarte.

—No creo que tanto, para eso tienes a tu esposa, ¿verdad?

—Sí, pero a ella no le gusta jugar billar —nos reímos, la veo ahí a los ojos y sé que no importa que no juegue billar, ella será el soporte para que mi hermano no me extrañe tanto.

Veo a mi madre acercarse a mis hijos, le da un fuerte abrazo a cada uno y les dice por igual.

—Si me necesitan en algún momento, un consejo, una coartada, una mentira o un chantaje, pueden llamarme, no importa la hora que sea. No miren el reloj, porque para mi familia nunca ha existido el tiempo. Para todos mis hijos estuve allí y para mis nietos también.

—Gracias abuela —le dice Lorenzo con un fuerte abrazo. Luego le siguen Flavio y Tamara.

—A ti, mi niña hermosa. Recuerda que vas a un país diferente. Y tal vez por tu forma de ser las cosas no sean sencillas, pero nunca pierdas tu esencia, porque así tal cual eres, eres perfecta.

—Lo sé, abuela, mi padre me lo dice a diario.

—Una cosa es saberlo, pero otra muy distinta es recordarlo.

Mi madre le acaricia el rostro a Tamara y luego se acerca a mí. No puedo evitar emocionarme y llorar un poco más. La rodeo con mis brazos y me impregno de ese aroma que sólo una madre tiene. Me da los mismos consejos de cuando era joven y me río porque es casi como si me fuese a ir de excursión. Luego se despide de mi esposa y le susurra algunas cosas que la hacen reír. Ya me imagino lo que pueden estar hablando.

Mi padre también me da un fuerte abrazo y me dice con la voz ronca, la que lo delata que se está aguantando las lágrimas.

—Estoy orgulloso de ti, sé que harás un excelente trabajo en Florencia, con todas las cosas que aprendiste aquí en la empresa de los Manterola, sé que harás grandes cosas en la empresa de telas de tu abuelo. Nunca te olvides de nuestro lema.

—«Amor. Familia. Trabajo.» —lo decimos todos al mismo tiempo y suena tan hermoso, tan estremecedor que llega a cada uno de nuestros corazones.

Con una sonrisa en cada uno de nuestros rostros, subimos a aquel avión y nos despedimos del país que me vio nacer y crecer. El que me dio oportunidades, grandes lecciones de vida. El mismo que me dio a mi esposa, a mi familia y que me dio la oportunidad de aprender muchas cosas.

Al llegar a Italia, todos nos sentimos algo cansados porque dormimos muy poco durante el vuelo. Sin embargo, al llegar a la casa en Florencia, vemos que es tan acogedora como nuestro hogar. Los niños eligen sus habitaciones, las que están en el ala diferente a la que nos quedaremos nosotros. Eso al menos nos dará un poco de privacidad.

Decidimos que por ese día descansaremos, pero ya el día siguiente deberemos comenzar con el arduo trabajo que será ubicar a los niños en sus respectivas escuelas. Yo debería instalarme en la empresa e Isabella será quien me ayude a ordenar todo esto.

Cenamos algo liviano y cada uno se retira a sus habitaciones para poder descansar del viaje.

Cuando mi esposa y yo llegamos a la nuestra, sólo nos lanzamos a la cama a mirar el techo y dejamos escapar un largo y fuerte suspiro. Esto no es fácil, no será sencillo, estamos solos y no tenemos redes de apoyo, como lo solíamos tener antes, pero no tengo ninguna duda de que lo lograremos. Esta es una nueva prueba que nosotros mismos hemos decidido tomar y la pasaremos con creces.

—Te amo —le digo a mi esposa girándome hacia ella y mirándola a los ojos.

—Lo sé, me lo demuestras cada día y eso me encanta —sus manos me acarician el rostro, pero no se detiene allí.

Sus manos siguen por mi cuello y bajan a mi pecho, deja una mano sobre mi corazón, la veo sonreír y frunzo el ceño.

—¿Qué te causa gracias, esposa?

—Tus latidos… son como los míos, tienen el mismo ritmo… eso me dice que seguimos tan unidos y fuertes como al inicio y me da más esperanza de que todo esto saldrá bien.

—Por supuesto que sí, contigo a mi lado, sé que todo estará bien.

Me empuja y se sube sobre mí, se quita toda la parte superior de su ropa, dejando sólo su brasier. Mis manos no se tardan en recorrer su piel blanca y suave, ella baja su rostro y unimos nuestros labios para iniciar aquella batalla que nuestros cuerpos desean vivir, porque es la manera que tenemos de quitarnos los miedos, frustraciones, de volvernos uno en el espacio y decirle al destino, al karma o lo que sea, que con nosotros no podrá porque ya ganamos esa guerra hace tiempo atrás.

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