Capítulo 40: El cuadro de un futuro juntos

La noticia de nuestro primer hijo es motivo de felicidad para todos, ese fin de semana nos asaltaron todos en el departamento y en serio que no teníamos dónde meter tanta gente, hasta que mi madre nos mandó salir a todos e irnos a su casa a celebrar como corresponde.

Los días siguieron pasando y el momento de uno de los acontecimientos más importantes de mi vida al fin ha llegado. Isabella no tiene idea de nada, porque no la dejé entrar a mi taller ni una sola vez.

Así que vamos de camino a la misma galería donde expuso mi madre hace años atrás, los nervios me invaden, pero sé que podré manejarlo después de todo.

—En serio que no te perdono que no me dejaras conocer la primicia —me dice mi esposa cuando la ayudo a bajar del auto.

—No importa, mi amor… seguro que cuando la veas te va a encantar y se te pasará el enojo.

Hace un gesto con su boca muy parecido a un piquito y me caminamos al interior. Todas las pinturas están cubiertas, la gente espera expectante y una chica nos recibe en la entrada.

—Bienvenidos a la exposición «Isabella» —mi esposa me mira asombrada y yo recibo el folleto—. Pueden pasar y esperar un momento a que llegue el artista.

—Yo soy el artista —le digo sonriendo y ella abre los ojos.

—Señor Castelli, que horror, es que no soy de esta galería y no lo conocía en persona —me da la mano y la agita con nerviosismo—. No lo puedo creer… es usted magnífico, es… es un honor estar aquí hoy.

—Gracias, si no le molesta, entraré con mi esposa.

—Sí, claro, por favor…

Entramos sin que mi esposa entienda mucho, se nos acercan algunas personas a saludar sin saber quién soy, porque mi foto no está en el folleto, sólo la imagen de una pintura que hice hace años. Se acerca a mí Bárbara, la encargada de la exposición y nos lleva adelante para comenzar.

Mi familia me ve y me dan ánimo para sobrellevar el momento, Bárbara da un discurso breve de presentación y luego me da la palabra.

—Por muchos años he pintado diferentes tipos de cuadros, algunos muy inspiradores y otros no tanto. Pero hubo uno que me mantuvo detenido por largo tiempo, era la imagen de una mujer cuyo rostro no podía definir, hasta que llegó a mi vida una vieja amiga, a la que ya no quería como amiga —miro a mi esposa que no cabe en su asombro.

«Ese fue el primero que pinté en su honor y desde entonces… —hago la señal y cada miembro de mi familia se posiciona en un cuadro diferente para quitar la tela que lo cubre—. Ya no pude detenerme.

Invito a mi esposa a pararse en la esquina del cuadro más grande, ese que yo mismo tuve que hacerle el marco y que sacarlo de la casa fue un trabajo bastante complicado. Ambos tomamos el borde de la tela y vuelvo a hablar.

—Con ustedes, mi inspiración, mi camino, mi vida y mis sueños, mi aliento y todo aquello por lo que vale la pena luchar… mi Isabella.

Todos descubrimos los cuadros, pero cuando cae la tela que mi esposa y yo tiramos ella se lleva las manos a la boca y luego camina hacia mí para enterrar su rostro en mi pecho.

—No lo puedo creer… Lorenzo, es hermoso.

Ese cuadro que hice en el momento en que estaba perdiendo la fe es ella, con un hermoso vientre que acaricia mientras ve al horizonte en la casa de la playa, con su cabello al viento y esa sonrisa que calienta mi corazón.

—Lo hice pensando en que un día me aceptarías y que estarías así, sólo para mí.

Ella se separa de mí, se limpia las lágrimas y comienza a recorrer el lugar. Todos y cada uno de esos cuadros son ella, con diferentes expresiones y distintas escenas de la vida, todas y cada una imaginadas en esos momentos de soledad, mientras pensaba cómo demonios conquistar a esta mujer.

—De haberme mostrado esto antes, no te habría hecho sufrir tanto —me susurra ella perdida en la imagen de una Isabella pequeña, haciendo sus deberes.

—Lo iba a hacer, ese día que te invité a la cena, quería preguntarte si podía hacerlo con tu consentimiento —ella se gira riéndose y yo le sonrío algo avergonzado.

—Ese día no era yo, definitivamente… pero ese beso, ¡Dios, ¿cómo olvidarlo?!

—Cuando quieras lo repetimos en el mismo lugar —le digo con voz sugerente y ella se ríe.

—Hoy mismo, cuando lleguemos, por favor.

Seguimos caminando por allí, viendo las pinturas, hablando con la familia y aceptando las bromas de mi tío Luca sobre los extraños que tendrán a mi mujer en su casa, pero ninguna de las pinturas está a la venta, no soy celoso… bueno, sí, y por eso mismo jamás permitiría que alguien más la tuviera.

Mis padres son los últimos en llegar a felicitarnos, mi padre se demora un poco más en ese abrazo y me mira con algo más que orgullo.

—Lo sabía, mi hijo tiene talento y quiero que lo uses más seguido, esa empresa no te puede quitar esto.

—No lo hizo, en realidad me ha hecho valorarlo más y quererlo.

—Lo que has logrado, es magnífico, como cuando tu madre pintó todos esos cuadros de mí —los dos se miran con amor y recuerdo aquella historia perfectamente, porque esos cuadros están por toda la casa.

Seguimos compartiendo un poco más, hasta que mi esposa bosteza y yo me despido de todos para llevarla a casa a descansar. Mientras subimos por el ascensor, recuerdo su petición y no puedo faltar a mi palabra, por lo que, al salir del aparato, la meto en las escaleras de emergencia y esta vez no espero para pegarla a la pared. Hago lo con más intensidad que aquella vez, la beso sin tregua, mis manos van a sus nalgas y las masajeo, ella emite un gemido de absoluto placer, la levanto como si fuera una pluma y me la llevo a nuestro departamento.

En cuanto cierro la puerta la ropa comienza a volar y sólo somos capaces de llevar al sofá, en donde probamos todas las posiciones que nos permite. Para cuando terminamos, mi Isabella está rendida, la tomo entre mis brazos, oliendo su dulce aroma mezclado con el de nuestro sexo desenfrenado y pasional, la dejo en la cama y me meto allí, a su lado, deseando que nuestras vidas sean largas para gozarnos de las maneras que la vida nos enseñe, para ver nuestra familia crecer y para que todo lo que cosechemos hoy logremos ver cómo da sus frutos.

No consigo dormir, porque siento en mí la necesidad de plasmar en un cuadro la escena que tengo en mente, me levanto con cuidado, cojo uno de los lienzos en blanco y siento la metáfora en esto que hago, mis hijos serán como esta tela y podré plasmar en ellos todo lo que tengo para entregarles.

Cerca de las cuatro de la mañana logro obtener el esbozo de aquella imagen, sonrío satisfecho al verme allí, de espalda mirando el horizonte, con una niña sentada en mis hombros, cargo a un niño con un brazo y mi esposa tiene a otro idéntico, ambos estamos abrazados.

Este cuadro bien podría ser un vistazo al futuro, no lo sé… sólo sé que así quiero estar algún día con nuestros pequeños.

***

Veinticuatro semanas después…

—¡¡Aguanta mi amor, por favor!! —digo mientras Fabio conduce como loco por el tráfico para llegar al hospital, yo voy en el asiento de atrás con ella, sintiendo cómo se me va a salir el corazón.

—¡No puedo! ¡¡Llevo seis horas aguantándome, no me pidas más!!

Isabella entró en trabajo de parto sin decirme una palabra, salí a comprar unas cosas que faltaban en casa y considerando que no había tenido contracciones ni nada, me sentí tranquilo, el asunto es que me tardé más de lo que debía y cuando llegué cuatro horas después estaba sufriendo sola los dolores.

—¡Aaaahhhh! ¡Esta niña va a salir, Lorenzo!

—Mierda… ¡Fabio, detente!

—Pero ya casi llegamos…

—¡Que te pares a un lado! —en cuanto lo hace salto del auto, acomodo a mi mujer y cuando levanto el vestido veo algo que me espanta—. ¡Ay, dioses de todo ayúdenme!

—¡Nada de dioses de todo! ¡¡Tú ayudaste a hacerlo, ahora ayuda a traerlo!! —Fabio me acerca una botella de agua, me arremango la camisa y me dispongo a esperar a mi hija, con este nacimiento, es claro que la condenada desde ahora me pondrá de cabeza.

—El bolso, ahora —le pido a mi hermano y se apresura a sacarlo del asiento delantero—. Busca la cobija y uno de esos pañales de tela, lo estiras y lo colocas allí.

—En eso estoy.

Mi hermano no se tarde en dejar lista la cobija en el asiento del copiloto, mientras yo ayudo a mi mujer.

—Ay, mi vida, quisiera estar a tu lado, dándote la mano y apoyándote.

—Castelli, estás justo donde debes… —me dice sin una pizca de reproche, como cosa rara su voz sale dulce—. Nadie más podía sostener por primera vez a esta niña tremenda.

Quiero llorar, pero me aguanto, ahora mi mujer me necesita entero y sonriendo para traer a nuestra pequeña, Isabella puja con la nueva contracción y logro ver la cabeza de mi pequeña, siento que me voy a desmayar, pero no puedo, no es momento.

Respiro profundo, animo a mi mujer a que vuelva a pujar y cuando lo hace logro tomar a mi pequeña, la saco con cuidado y en cuanto la llevo a mi pecho ya Fabio la está cubriendo. Una señora grita lo obvio, la sirena de la ambulancia llega y nos reímos, porque a un par de nuestra familia les pasó exactamente lo mismo.

Cuando el equipo médico llega me ven llorando mientras recibo a mi niña de los brazos de su madre, a quien se la entregué unos minutos para que pudiera verla.

—Es perfecta —le digo cuando la sostengo de nuevo y ellos cortan el cordón.

—Por supuesto que sí, tiene tus ojos —mi pequeña abre los ojos y puedo ver que así es, miro al cielo para no llorar más, Fabio me trae a la tierra y yo entrego a mi pequeña para que la evalúen. Ayudo a bajar a mi mujer, antes de que se baje la tomo entre mis brazos y la coloco con cuidado en la camilla. Me voy con ellas a la ambulancia y antes de que cierren la puerta, le grito a mi hermano.

—¡Te debo un auto nuevo!

Por supuesto que eso ahora no es lo que importa, en el hospital se cercioran de que estén ambas bien, la enfermera nos pregunta el nombre de nuestra niña y con orgullo le decimos el nombre.

—Tamara Julieta Castelli Martínez —ella lo anota en una pequeña pulsera y se la coloca en la muñeca.

Las llevan a la habitación, a donde toda la enorme familia que tenemos llega a visitarnos, mi padre me lleva una camisa de cambio, lo cual agradezco enormemente.

Nuestra pequeña es bella, rosadita, chillona y muy comelona, ahora yace en los brazos de su bisabuela, quien está sentada en el sofá de la habitación contemplándola detenidamente.

—Tiene la nariz de tu abuelo —me dice—. Y el color de sus ojos… es más como el de tu padre. Pero la boca definitivamente es de su madre.

—Para mí es idéntica a su madre le digo a mi abuela.

—Eso lo sabremos cuando crezca —dice mi madre—. Pero lo único que sabemos es que tendrá el carácter de una familia que la amará siempre —esta vez ella es quien la recibe en sus brazos y la ve con lágrimas en los ojos—. Te diré lo mismo que a todos tus primos, tu abuela estará para ti hasta el fin de sus días, y luego de eso también.

Deja un beso en su frentecita y la acomoda al lado de Isabella, luego se gira y los saca a todos de allí para que mi mujer descanse al fin. Mi padre ayuda a mi abuela que se ríe de mi madre, me deja una bendición de abuela y me acomodo en el sofá, porque ahora se viene lo bueno, eso por lo que todos los hombres pasaron y ninguno se quejó jamás, y es cuidar de sus amores en el hospital.

—Te amo —le digo a mi esposa que admira a nuestra mejor creación.

—Y yo a ti… lamento no haberte llamado antes y hacerte pasar por eso. En verdad creí que aguantaría más.

—No importa, podré presumir de eso para toda la vida.

—Estás loco.

—Y tú cansada, duerme un poco, yo las cuidaré.

—Pero no quiero que la saques de aquí —me dice con un puchero.

—No lo haré, sólo la quitaré si se pone inquieta y hay que cambiarla, ya descansa —dejo un beso en sus labios, me acerco a ellas más y las cubro con mi brazo, dándoles el calor que las dos necesitan ahora.

Y ese que les daré para siempre.

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