Epílogo

Dos años después de que Tamara llegara a crear caos a nuestras vidas, tuvimos a nuestros gemelos, Lorenzo Andrés y Flavio Alonzo los que ahora corren en su cumpleaños número cinco entre las mesas, los invitados que son pura familia y un par de amigos, comiendo, jugando y siendo tan felices como yo lo fui en mi infancia.

Si alguien alguna vez alguien les dice que los pecados no se pagan con los hijos… ¡ES MENTIRA!

Mis niños son unos caballeros, inteligentes y muy respetuosos, pero Tamara… de mi princesa no puedo decir lo mismo.

Con siete años ya he tenido que cambiar el auto dos veces, la primera a sus tres años porque le echó azúcar al tanque y la segunda hace seis meses, cuando creyó que el motor debía lavarse por dentro porque el humo salía muy sucio y le metió lavalozas con agua.

Tiene un carácter fuerte, es decidida con las cosas que quiere y no te suelta hasta que haces un compromiso con ella de que harás lo que quiere. Bueno, creo que soy el único con quien lo consigue, porque Isabella jamás ha cedido a sus manipulaciones y negociaciones.

Tamara dice lo que piensa sin filtro y eso nos ha metido en problemas varias veces con su maestra en la escuela, quien piensa que nosotros le dijimos que la mujer tiene cara de caballo constipado. Aunque eso sí es cierto, pero nosotros no se lo enseñamos.

No respeta la autoridad, no entiende las diferencias entre hombres y mujeres más que en los genitales, porque para ella es lo único que nos distingue. Puede jugar fútbol, como con los autos de sus hermanos, al tiempo que puede jugar a las muñecas, tomar el té o maquillar a su única víctima: Yo.

Todos los días ruego que a medida que crezca baje un poco sus revoluciones, porque así ningún hombre común va a querer estar con ella, y esos que pueden seguirle el paso y amarla tal cual es son pocos, peor su crece en Chile, un país tan machista como cualquiera de los demás en Latinoamérica.

Pero, si me hacen la misma pregunta que me hizo Lorenzo un día, de si cambiaría a mi hija por una más tranquila, mi respuesta es no. Sé que ese carácter puede que la meta en problemas alguna vez, pero también la puede alejar de hombres que no la aprecien o que sólo se acerquen a ella por dinero.

En nuestra familia tenemos parejas que se formaron en diferentes circunstancias, hasta ahora los únicos que realmente hemos tenido una diferencia económica somos Isabella y yo, pero no se ha notado jamás porque nos amamos locamente, con todo lo que eso implica.

Y eso es lo que quiero para mis hijos.

No importa de dónde provenga la persona que ellos elijan, mientras yo vea que los aman sinceramente, que cuando estén juntos yo vea en sus ojos la misma mirada que mi esposa me dedica, quiero para mis hijos algo mejor que lo que yo tuve en el amor, porque en lo económico todo está resuelto para los siguientes cien años.

—Papi, ¿me ayudas? —mi pequeña llega con una botella de gaseosa para que la abra, con esa sonrisa bella e inocente por supuesto que no me niego, giro la tapa y la gaseosa se dispara, bañándome la cara.

La princesa revoltosa sale de aquí corriendo y riéndose, llega con mi tío Luca y extiende su mano.

—¡Paga tío, te gané la apuesta! —mi esposa se acerca riéndose de mí con una servilleta, me seco la cara mientras veo a mi tío darle una cantidad escandalosa, que no es apropiada para una niña.

—No te preocupes, por la noche la confisco, sé dónde esconde el dinero —me dice ella.

—No puedo creer, traicionó a su padre por dinero.

—Un día lo hará por amor, así que mejor te preparas.

—Aceptaré al mequetrefe que se acerca a ella si es digno, si no… más le vale que sepa mantener a mi pequeña, porque no verá un céntimo de su dinero.

—No seas tan posesivo con ella, todos se han equivocado y han aprendido de sus errores, tú eres uno de ellos —se para frente a mí, tira de mi playera y me obliga a bajar para que la bese.

—Y agradezco cada día porque me llevaron para estar con la mujer de mi vida.

—Tal vez uno de tus hijos diga lo mismo en unos quince años más.

—Cuarenta para Tamara —ella se ríe y busca con la mirada a nuestra pequeña, que está haciendo ahora una escultura de barro.

—No podrá darte nietos a esa edad.

—¡Créeme, será mejor que nuestra hija no tenga descendencia! Con lo tremenda que es… ¿te imaginas lo que sería el mundo con más de ella? —le digo en broma, porque sé que sería un mundo mil veces mejor y con una energía inagotable.

Isabella sólo se ríe, porque sabe que soy celoso con mis hijos, pero jamás haría nada para que no sean felices.

Nos vamos a la fiesta, le reclamo a mi tío Luca y luego la conversación se va en organizar el próximo cumpleaños, pero mis ojos se van a ver a mi pequeña hija que termina haciendo un pequeño castillo con el barro. Se echa hacia atrás para admirarlo, sonríe satisfecha y luego le coloca una flor como bandera.

Se lava las manos un poco y la veo correr al interior, seguro para lavarse las manos mejor. Me pongo de pie y voy con ella, la consigo sentada entre sus dos abuelas que están sentadas tomando el té en la cocina con unas galletas, hablando de lo que harán en el cumpleaños de mi esposa.

—Yo digo que deberían traer un pony, mi mamá siempre quiso uno.

—Ya lo veremos, un pony es mucho trabajo.

—Entonces uno de peluche —dice encogiéndose de hombros, se gira para verme con esos ojos preciosos que tiene y me sonríe—. Si me compras masilla, podría hacerle uno.

—Ya veremos, aunque puedes comprártela tú, con el dinero que te dio el tío Luca por bañarme en gaseosa.

—Mi hermano no crecerá jamás.

—¿Y por qué tiene el cabello blanco? ¿Acaso es un viejo chico?

Nos reímos de sus preguntas, la tomo entre mis brazos y salimos de allí para seguir con la fiesta, me abraza fuerte, de esos que son sinceros y que recargan energías. Apoya su cabeza en mi hombro y me dice.

—Te quiero, papi.

—Y yo a ti, princesa.

—Lamento lo de la gaseosa, pero necesito el dinero para tu regalo.

—Yo no quiero un regalo tan costoso, con tenerte así me basta, mi princesa.

—¿Y qué harás cuando yo crezca y no puedas cargarme? ¿O cuando encuentre marido y me vaya de casa? Mi regalo podría hacerte sentir menos pena porque no esté contigo.

—Princesa, siempre te cargaré, aunque mis brazos no puedan.

—No entiendo…

—Un día entenderás… sobre lo de irte. Mientras sepas que te amo, mi corazón siempre estará contigo y verás que estamos unidos por algo mejor que un regalo.

—Claro, porque somos familia —me sonríe y me deja un beso en la mejilla.

La dejo en el suelo, comienza a correr para unirse a sus hermanos y primos en la silla musical, la veo reír y cantar, ser feliz de verdad.

Y sé que esa es la sonrisa que quiero ver en ella siempre.

Terminada la fiesta, todos se van a sus casas luego de ayudar a limpiar y ordenar. Mientras Isabella se baña, yo me encargo de nuestros pequeños, cumpliendo la rutina de siempre, que es jugar con sus autos, luego el baño de tina y después el pijama.

Como no les gusta dormir separados, tiene una cama matrimonial para dormir, como cada día me acuesto en medio, nos damos abrazos, cantamos y luego nos damos las buenas noches.

Me salgo de la cama, los admiro dormir y sé que no hay nada que por ellos no haría. Levanto sus juguetes, meto la ropa sucia al cesto y salgo con rumbo al cuarto de mi princesa, le doy las buenas noches y le dejo su lámpara de estrellas encendida.

Al llegar al cuarto con mi mujer, le quito el envase de crema humectante y comienzo a aplicarla con cuidado por su cuerpo, ella deja salir un par de gemidos por el gusto de que mis dedos aprovechen de masajear un poco. Cuando termino con eso, le quito la toalla de la cabeza y le seco el cabello con cuidado, Isabella sólo se deja hacer, sé lo cansada que está porque gran parte de las cosas las hizo ella en conjunto con nuestras madres. La levanto con cuidado y la meto en la cama cuando me aseguro de que su cabello está seco.

Me voy a la ducha yo, salgo envuelto sólo con la toalla en la cintura, camino al closet a buscar mi pijama, pero ella hace un sonido como perrito quejándose, la miro y está haciendo un puchero, vestida con un babydoll rojo…

—Mujer, tú no necesitas esas cosas para provocarme… me ganaste desde que te apliqué la crema.

—Lo sé, tu mini Lorenzo estaba muy despierto —se ríe y levanta una pierna de manera seductora—. Pero vestida así me aseguro de que no tendrás nada de piedad conmigo.

—¿Quieres que sea rudo? —le pregunto levantando una ceja, mientras camino hacia ella y me deshago de la toalla.

—Sí, por favor… mírame, soy una chica mala.

Así, ¿quién rayos se puede negar?

Me acerco a ella, la giro con rapidez y ella da un grito por la sorpresa. Le levanto el trasero, le doy un par de nalgas y luego de eso todo es rápido, duro y violento. Los jadeos que salen de mi boca junto a sus gemidos cargados de placer nos llevan a otro nivel, nos dejamos ir en una liberación satisfactoria, caigo a su lado y la abrazo para asegurarme de que no se me escapará jamás.

Con un último beso nos damos las buenas noches y cerramos nuestros ojos, para irnos a soñar juntos en un futuro que cada vez se vuelve mejor que el pasado.

FIN

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