Solté una risa irónica y respondí:
—Antonio, no puedo regresar ahora.
—¡¿Qué demonios quieres?! —gritó Antonio—. Ya hablé con mis padres. Aunque no te presentaste en nuestra fiesta, yo aún te considero mi prometida. Pero si sigues con esa actitud, ¡lo nuestro se acabó!
—Antonio, nunca has confiado en mí, ¿verdad? Ese día hubo un incendio, sufrí quemaduras graves y sigo hospitalizada. Si te importara un poco, sabrías que lo que te conté es verdad, salió en todas las noticias —sin darme cuenta, también alcé la voz.
Antonio soltó una risa gélida y cuestionó:
—Estás molesta porque acompañé a Erika a que le pusieran el suero, y por eso te inventas que estás en el hospital. A ver, dime, ¿en qué hospital estás, con qué médico y qué te ha dicho?
Respiré hondo, intentando serenarme:
—Estoy en el Sanatorio Santa Elena, cama 24 del área de cirugía. Ven si quieres; mi médico tratante todavía está aquí.
—¡Perfecto, voy para allá ahora mismo!
Antonio era jefe del departamento de cirugía, así que debería conocer a todos los pacientes de su área. Solo que, como no era mi médico tratante y andaba ocupado con los preparativos de su compromiso, ni siquiera se había percatado de que yo estaba bajo su propio techo.
Media hora después, apareció Antonio con Erika. Apenas pisaron el pasillo, las enfermeras los reconocieron.
Yo estaba recostada en la cama, con los ojos cerrados, descansando, cuando escuché unas exclamaciones exageradas afuera.
—¡El doctor Antonio vino con su prometida! —chilló una enfermera.
—¡El doctor Antonio nos está matando de envidia! —exclamó otra.
—La prometida es realmente hermosa, ¡incluso más linda que en las fotos! Antonio es muy afortunado —comentó una tercera.
Abrí los ojos al escuchar los comentarios del pasillo, y me pareció irónico. Quizás no sabían que la supuesta "prometida" solo era un reemplazo temporal. "Pero, ya corté con Antonio, así que tampoco soy la prometida oficial. De hecho, ellos ya lo anunciaron en la fiesta, así que son pareja de verdad. Las enfermeras no están equivocadas", reflexioné.
Antonio respondió a los comentarios con frialdad. Mientras tanto Erika, con una fingida timidez, no podía ocultar su satisfacción.
—Gracias a todos por el apoyo que le brindan a Antonio —dijo Erika, haciéndose la modesta—. ¡He traído unos bocadillos y café para que los disfruten después!
—¡Gracias! ¡Señora Gamarra, es usted tan bella como generosa! —agradecieron las enfermeras.
Los halagos hicieron que Erika sonriera, visiblemente coqueta. Cuando llegó a la puerta de mi habitación del brazo de Antonio, vi en su rostro una expresión de triunfo y en su mirada, un claro desafío.
Antonio se sorprendió al verme ahí; no esperaba que de verdad estuviera hospitalizada. Cuando se dio cuenta de que ocupaba una habitación privada, frunció el ceño y me soltó:
—¿Tienes idea de lo escasas que son las habitaciones en cirugía? ¿Vas a seguir acaparando recursos médicos solo para montar tus numeritos?
—¿Montar numeritos? —Lo miré con ironía—. ¿Y tú quién te has creído? No tengo nada que ver contigo.
—¡Isabella!
—Aquí estoy, y no hace falta que me grites. Ya lo dejamos, ella es tu prometida ahora, ¿vienen a marcar territorio delante de mí? Pues nada, les deseo a los dos, putañero y puta, ¡una larga y próspera vida juntos!
Antonio se puso furioso.
—¿Cómo te atreves a insultarnos? ¡Discúlpate ahora mismo!
Lo miré desafiante y negué:
—¿Disculparme? Ni lo sueñes.
Antonio, con la cara desencajada por la rabia, y Erika, agarrándole del brazo, intentó calmarlo:
—No te enfades —le susurró Erika—, Isabella está dolida, y además, todavía está enferma. No te enojes.
Antonio, todavía echando humo, replicó:
—¡Estoy seguro de que lo hace a propósito! ¿Quién es el médico responsable que le sigue el juego?
Lo miré con desdén y respondí:
—¿Te puedes callar ya, Antonio? No eres mi médico tratante, así que no sé a qué viene tanto escándalo. Ya asumí que lo nuestro se acabó, y aun así no me dejas en paz. ¿Te crees muy listo por jugar a dos bandas? Das verdadero asco.
Antonio levantó la mano para abofetearme. Me aparté a tiempo y, sin dudarlo, presioné el botón de emergencia.
Él me miró sorprendido, pero antes de que pudiera reaccionar, le devolví el golpe con una bofetada rápida.