Crista había ido a cambiarse el vendaje y comprar comida, y justo cuando regresaba, escuchó lo que estaba sucediendo y vio a esos dos frente a mi habitación. Sin dudar, les tiró encima el caldo caliente que llevaba en la mano, mientras gritaba:
—¡Basura de hombre y zorra resbalosa! ¡¿Cómo se atreven a venir aquí?!
Erika, empapada, soltó un grito de horror:
—¡¿Estás loca?!
—¡Sí, loca! ¡Bien loca! ¿Que tenías dolor de estómago ese día? ¡Ojalá te hubieras muerto! —Crista siguió, fuera de sí—: ¿Y tú, Antonio? Cuando Isabella estaba entre las llamas, luchando por su vida, ¿dónde andabas? No le creíste cuando te dijo que estaba herida, y ahora vienes a hacerte el enamorado. ¡Fuera de aquí! ¡Lárguense!
Gritó tan fuerte que todo el pasillo la escuchó. La gente miraba boquiabierta cómo Erika era arrastrada, empapada y humillada por Crista.
Antonio, que no se esperaba tal reacción de Crista, mantuvo la calma y dijo:
—Volveré otro día.
—¡Ni te molestes! Ya te comprometiste con esta, ¿para qué si