El beso de Aston fue una reclamación lenta, deliberada, erótica hasta la médula. Sus labios se movieron sobre los de Ivanka con una presión firme y experta, explorando, poseyendo, borrando con cada movimiento la memoria de cualquier otro contacto.
Era un beso que no pedía, tomaba.
Un beso que sellaba propiedad con fuego líquido. Cuando finalmente se separó, dejó a Ivanka jadeando, su cuerpo ya en llamas por la mezcla de sustancias, miedo y una respuesta fisiológica que no podía controlar.
Sus labios abandonaron su boca, trazando un camino ardiente por la línea de su mandíbula, descendiendo con lentitud tortuosa hacia la curva expuesta de su clavícula. Cada beso era una brasa, cada roce de su lengua un recordatorio de su dominio.
Mientras tanto, sus manos grandes, fuertes y adornadas con anillos de poder, no estaban ociosas. La que había iniciado el desgarro en el vestido de malla ahora terminó el trabajo con un rasgado deliberado. La tela cedió como papel mojado bajo su fuerza contro