El Reflejo de la Furia y el Eco de la Rebelión
El dulce y opresivo aroma de las rosas, que en otro tiempo habría sido un bálsamo para el alma, se había transformado en el aliento de un enemigo. Kaida se movía con la agilidad de una pantera, sus pies descalzos, insensibles al frío del rocío nocturno, apenas rozaban la tierra. El laberinto de setos, una obra de arte arrogante de la nobleza, era ahora una trampa, cada corredor una posible emboscada, cada sombra un presagio de peligro. El vestido de seda, que se había convertido en un faro en la oscuridad, se rasgaba contra las ramas de los arbustos, cada rasgón un eco de la vida que estaba dejando atrás. La llave de bronce, aferrada en su mano, era el único ancla en la tormenta de su escape.
Se ocultó detrás de la estatua de mármol de una diosa de la cosecha, su cuerpo se fundió con la sombra. El sonido de los guardias, el eco de las armaduras y el brillo de las linternas, pasaba cerca de ella, un recordatorio constante de que no