La Travesía de la Reina y el Despertar del Rey
El frío metal de la llave de bronce, un objeto pesado y pequeño, era un faro de esperanza en la palma de la mano de Kaida. El sonido de las botas de los guardias, un eco lejano que resonaba en el pasillo, se acercaba. Este era su momento. La princesa de Veridia, una tejedora que había aprendido a leer los hilos invisibles del poder, se acercó a la puerta de su celda. El rostro de la guardia, un rostro severo y curtido por el desprecio, permanecía inmóvil, absorto en la imagen de la “reina” que se reflejaba en el espejo. El engaño, una tela de seda tejida con mentiras y vanidad, había funcionado.
Con un movimiento rápido, Kaida deslizó la llave en la cerradura, un chirrido casi imperceptible que se perdió en el eco del cambio de guardia. La puerta se abrió, un portal a la libertad que se cernía sobre ella. Sus ojos, que habían conocido la dulzura de los telares, ahora reflejaban la fría determinación de una estratega. No escapaba por miedo