El Túnel de la Serpiente y el Rugido Persistente
El frío de las losas de piedra bajo sus pies descalzos era un recordatorio tangible de su huida. Kaida se movía con una determinación silenciosa, la llave de bronce apretada en su mano, una pequeña pero significativa victoria contra su encierro. El vestido de seda, que momentos antes había sido un disfraz, ahora se sentía como un sudario, su ligereza contrastando con el peso de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros. Los ecos de los guardias se habían disipado, pero un nuevo sonido llenaba el aire: el lejano pero inconfundible clamor de la batalla en la plaza, un rugido persistente que hablaba de la resistencia de los plebeyos.
En lugar de dirigirse a los pasillos principales, Kaida giró hacia el ala este, su destino un túnel de servicio casi olvidado, un conducto estrecho y polvoriento que serpenteaba por debajo de los aposentos reales y desembocaba en los jardines. Era un camino menos obvio, evitado por la nobleza y su