La Corona y el Pueblo
El estruendo de la Plaza del Mercado se había transformado de un coro de batalla en un rugido de celebración. La corona del Rey Charles, despojada de la cabeza de Isabel, rodó por el suelo hasta detenerse a los pies de Kaida. La joya, antes símbolo de tiranía y usurpación, ahora yacía humilde, esperando a su legítima dueña. Miles de ojos, llenos de asombro y de una esperanza renovada, se posaron en ella. El sol del amanecer, que teñía el cielo de oro y púrpura, iluminaba la escena, un presagio de un nuevo día para Veridia.
Kaida miró la corona. No era la brillante corona de Eldoria que había visto en el códice de las visiones, sino una pieza pesada y opresiva, cargada de la historia de un reino de mentiras y sangre. Sentía el peso de esa historia, el peso de las expectativas del pueblo. No era una corona de oro lo que buscaba, sino una corona de justicia.
—¡Reina Kaida! —gritó Conan, su voz resonó en la plaza, un llamado a la acción—. ¡El pueblo te espera! ¡La cor