El sol de Los Ángeles entraba por los ventanales, bañando la cocina en un brillo dorado. Todo estaba tranquilo, casi perfecto.
Me apoyé en la barra de mármol, observando la escena frente a mí: Ivanna y Mia reían juntas mientras Lucero revolvía el café con una cucharita de manera distraída.
Marlon, como siempre, discutía con la cafetera como si fuera su archienemigo.
—¿Quieres que le ponga azúcar? —preguntó Marlon, mirándome de reojo.
—Déjalo así. Tú y tu mal gusto.
Las chicas soltaron una carcajada, esas que sonaban a hogar.
Lucero estaba relajada, con su cabello suelto y un suéter enorme que casi le tapaba las manos. Se veía feliz de estar ahí, y honestamente, a mí me alegraba verla también. Ella había sido parte importante para que Ivanna se sintiera segura conmigo, lo sabía, y se lo agradecía en silencio.
El desayuno era un pequeño caos hermoso: tostadas medio quemadas, jugo de naranja derramado, Lucero peleando con Mia por quién se había robado la última fresa de la ensalada de f