El reloj marcaba las 8:00 p.m. en el pequeño apartamento de Ivanna, un espacio modesto, lleno de recuerdos y promesas rotas. Todo estaba en silencio, solo el eco de su respiración y el leve zumbido del refrigerador rompían la quietud. En sus manos, una carta arrugada temblaba como un reflejo de su propio interior."No puedo hacerlo, Ivanna. Lo siento."Esas palabras parecían flotar, suspendidas en el aire, mientras el peso de la traición se hundía en su pecho. Cerró los ojos y tomó aire, tratando de contener las lágrimas. Pero era inútil. La tristeza era un torrente imparable que la inundaba, y el dolor se clavaba profundo, más allá de lo físico, más allá de la razón. Lo había amado, había soñado con construir una vida juntos, una familia. Pero ahora estaba sola, sola y esperando a su hijo.Ivanna se llevó una mano al vientre, como si el simple gesto pudiera brindarle algo de consuelo. Su mente vagaba en el "por qué", intentando buscar respuestas en la nada. Se acercó a la ventana, de
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