El aire dentro de la empresa se sentía denso, como si todos los ojos quisieran atravesarme.
Los susurros llegaban a mí como cuchillos: "embarazada", "relación con el jefe", "favoritismo".
Sabía que tarde o temprano alguien se enteraría, pero no estaba lista. No así. No de esta forma cruel y desleal.
Apreté los puños mientras caminaba de regreso a mi escritorio, sintiendo la mirada de todos pegada en mi espalda. No quería llorar. No quería mostrar debilidad. Este bebé, mi bebé, era una bendición. No una vergüenza.
Pero una voz aguda me detuvo a medio camino.
—Ivanna Fletcher, por favor, pase a Recursos Humanos.
El tono seco de la secretaria de Graciela me heló la sangre.
Lucero, que estaba sentada cerca, me miró con preocupación. Solo alcancé a lanzarle una mirada rápida antes de obedecer, con el corazón retumbándome en las costillas.
El trayecto hasta la oficina se sintió eterno.
Cuando llegué, Graciela me esperaba detrás de su escritorio, impecable, con esa sonrisa que nunca signific