Era temprano todavía. La ciudad apenas se desperezaba, pero yo ya estaba en mi oficina con la mirada perdida en el ventanal. No estaba viendo nada. Solo la tenía a ella en la cabeza.
Ivanna.
La noche anterior se había quedado grabada en mi piel. No solo por el deseo —que sí, fue brutal— sino por la paz que sentí. Estar con ella fue como volver a respirar después de mucho tiempo.
Escuché la puerta abrirse sin necesidad de voltear. Solo alguien entraba así: como si su presencia no necesitara permiso.
—¿Y ese suspiro? —dijo Marlon, dejándose caer en la silla frente a mi escritorio—. ¿O es que anoche te ganó el insomnio de la pasión?
Solté una risa breve, medio culpable. Me pasé la mano por la cara.
—Fue Ivanna.
—¿Se vieron?
Asentí.
—¿Y? No me hagás rogarlo hermano.
Me quedé en silencio unos segundos, buscando las palabras justas. No eran fáciles de decir.
—Fue increíble, Marlon. No solo por lo obvio... sino por cómo me sentí con ella. Me calmó. Me hizo sentir... visto.
—¿Visto?
—Sí, como