Miré hacia atrás y no pude creer lo que veía, Patricio y Alessandro venían en nuestra dirección y Alessandro llevaba a mi hijo en brazos. Pedro tenía una carita muy feliz y saludaba a todos los que pasaban junto a él, quienes suspiraban y comentaban lo lindo que era ese niñito.
Cuando llegaron a mi mesa, mi pequeño agitó sus bracitos y gritó:
— ¡Mamááá! ¡Vine a buscalte!
Mis ojos se humedecieron y tomé a mi hijo en brazos llenándolo de besos.
— Espero que no te moleste que haya recogido a Pedro y liberado a Lygia —dijo Alessandro sonriendo.
— ¡Claro que no, mi amor! —Me acerqué y él besó suavemente mis labios.
— Mamá, el tío Patlicio me dio mila —Mi hijo me mostró un paquete lleno de caramelos, paletas y chocolates que había recibido.
— ¿Ah, sí? ¿Y le diste las gracias? —Le pregunté a mi pequeño.
— Sí, mamá.
— ¡Muy bien! —Le di otro besito—. Gracias, Patricio.
— Ni lo menciones, Cata. ¡Este niño es increíble! —comentó Patricio, haciendo que mi corazón de madre se sintiera muy