Constanza
—Tienes que calmarte, nena —me dice Gina cuando abrimos el vestido y vemos qué hermoso es—. Si ellos fueran a hacer algo, ni siquiera habrían dejado que te llegara esto.
—Es lindo, pero no me gusta tanto —suspiro—. Creo que me tienes demasiado malacostumbrada a tus diseños.
—Me halaga que pienses que mis diseños te gusten más —responde con emoción—. Aun así, me siento mal por Amelie, que…
—Es que ella ya no se puede dar el lujo de tener tanta creatividad —le explico—. Su empresa creció tanto que ahora debe ser más productiva, centrarse más en el público que en el arte. Por cierto, aproveché para hablar con ella y le he comentado sobre tus diseños.
—¿Y qué dijo?
—Por el momento no está interesada en contratar a nadie ni ver diseños —le digo con tristeza, pero mi amiga se encoge de hombros con despreocupación.
—Lo sabía, pero de todas formas agradezco que lo hayas intentado.
—Ojalá pudiera darse cuenta del talento que está perdiendo —gruño—. Ella ya no puede darse el lujo de co