Constanza
—De verdad tu locura no conoce límites —me río, aunque lo que por dentro quiero es explotar—. ¿Qué parte de «quiero que me dejen en paz» es la que no entendieron?
—Los Davenport no solemos tomar las cosas literalmente —se encoge de hombros.
—¡¿Dónde está Damon?! Te va a matar cuando…
—Damon está de acuerdo conmigo. Él decidió no interferir esta vez porque sabe que te afecta aún más que yo.
—Eso no…
—Sí, eso es verdad —me contradice, aunque no parece afectado ya por admitirlo—. Sabe que la culpa te consume, que desearías nunca haber caído en su trampa.
—No, desearía nunca haberlos conocido —susurro, incapaz de seguir mirándolo a los ojos.
—Lamento cortar este momento tan intenso y lleno de retorcida emoción, pero ya vamos tarde y vamos a perder nuestros empleos —interviene Gina con tono sarcástico—. Señor, presidente, o chófer, por favor…
—Ya no soy el presidente —le recuerda Cillian con una sonrisa que me quema el estómago.
¿Por qué le tiene que sonreír de esa manera? ¿Acaso