Cillian
—¿En dónde estás, hijo? —me pregunta mi madre al contestar la llamada—. No hemos sabido nada de ti desde que saliste del funeral.
—Pues no tengo nada que hacer en Washington, madre —respondo inexpresivamente—. Ya he presentado mi renuncia y ahora el vicepresidente…
—Cillian, lo que sientes por esa muchacha es una locura. ¿No leíste acaso lo que me escribiste?
—¿De qué estás hablando?
—Las pruebas que me enviaste, hijo, y tu confesión de que Constanza es tu amante.
—Yo no te envié nada, mamá —respondo frunciendo el ceño—. ¿De qué hablas?
—Sí, hijo, claro que sí. Por eso ellos se alejaron de mí, y por tu culpa le dije esas cosas tan horribles a Constanza y…
Mamá rompe a llorar, incapaz de terminar la frase. Se escucha tan deshecha que me deja perturbado y sin saber qué decirle.
—Hijo, déjalos en paz —me ruega con un hilo de voz—. Por favor, hazlo.
—No, mamá —contesto con seriedad—. Amo a Constanza y no puedo dejarla ir.
—¿Por qué? ¿Por qué la…?
—Porque fue y sigue siendo la mujer