Gina
—De verdad lo siento, nena —me disculpo por milésima vez.
Constanza suspira y sigue arreglando la cama. Su silencio de varios minutos es señal de que está absorta en sus pensamientos.
Fue un error entrar a la cocina. Asumí que usar la tostadora sería fácil, pero no noté que estaba fallando.
—No me preocupa la cocina, me preocupas tú —me dice al fin—. Si te prohibí que la usaras fue porque sé lo descuidada y distraída que puedes llegar a ser.
—Pero tengo que aprender a valerme por mí misma —le digo, haciendo un puchero—. Lo siento, debí obedecerte.
El gesto de mi amiga se suaviza y deja la almohada para abrazarme. Esta vez, la forma en que me envuelve es distinta, más genuina. Siempre supe que me quería, pero ahora lo siento más.
—Sí, pero ya no voy a regañarte —promete—. Lo importante es que ahora estás bien, cariño.
—¿Y esa actitud sensible? —me río al soltarme del abrazo—. Te noto diferente.
—Estoy embarazada.
—¡¿Qué?!
Constanza me cubre la boca con la mano, fulminándome con la