Mundo ficciónIniciar sesiónAquel día se levantó con un mal presentimiento, aunque estaba tan hundida en su dolor que ni siquiera pensó que algo peor pudiera ocurrir. La desgracia había sumido a su familia en una oscuridad tan densa que ningún rayo de luz podía filtrarse.
El recuerdo de ese hombre seguía intacto en su mente, aunque las esperanzas de volver a verlo en persona se diluían cada día. Cada noche se dormía mirando su fotografía en el celular, y casi sin darse cuenta, empezó a interesarse por la política. Incluso se había tomado la molestia de inscribirse para votar en las elecciones primarias y generales que se celebrarían en unos meses. Su mayoría de edad —alcanzada apenas dos días antes del fatídico accidente— por fin serviría para algo.
Las clases avanzaban con tanta lentitud que sentía que se estaba volviendo loca. Aun así, se mantuvo serena, tomando apuntes cuidadosos de todo lo que escuchaba. Aburrirse en la escuela era preferible a cualquier sobresalto en casa. Su madre había caído en las garras del alcohol, y nada ni nadie parecía capaz de sacarla de ese deplorable estado.
Mike la evitó cuando se cruzaron en el pasillo. No sabía lo que Davenport había hecho, pero nadie le mencionó nada sobre la pelea ni la amenazó con expulsarla. Aunque aquel instituto no le agradaba ni lograba pasarla medianamente bien, agradecía a su salvador.
—Constanza —la llamó la prefecta.
Constanza se detuvo, apretando los dientes. Haber disfrutado de tanta tranquilidad había sido demasiado bueno para ser real.
—¿Sí? —preguntó, girándose lentamente sobre los talones.
La mirada cargada de lástima de la prefecta Rodríguez le provocó un vuelco en el estómago. Siempre había sido muy dura y solía mandarla constantemente a detención, pero esa vez no parecía querer pelear.
—No he hecho nada malo. No después de eso —se apresuró a decir, pero la mujer negó con la cabeza y le apretó un hombro.
—Debes venir conmigo a la dirección. Es algo importante.
—¿Van a castigarme por lo del museo? Les dije que…
—No, no es por eso. Tu hermano está allí, vino a recogerte.
—¿Mi hermano?
Sintió un nudo en el estómago y se quedó petrificada durante unos segundos, con la mente en blanco. Omar apenas se había hecho cargo de ella esas semanas, así que no entendía por qué de pronto venía a recogerla.
Prefirió no pensar en nada mientras seguía a la prefecta por los pasillos. Le fastidiaba que, en vez de explicarle lo que ocurría, la mirara con tanta compasión. ¿Acaso había muerto alguien?
—Cons —la saludó Omar en cuanto cruzó la puerta.
—¿Qué sucede? —preguntó en voz baja, dándose cuenta de lo fuerte que apretaba los dientes.
En cuanto Omar le dijo lo que pasaba, no pudo evitar gritar, espantada. Tal vez ella no era su padre, pero la idea de perderla la llenó de pánico.
Sin pensarlo, salió corriendo. La tela áspera de su falda escolar le rozaba las piernas, pero ignoró la molestia y no se detuvo hasta llegar al hospital.
—¡Quiero ver a mi madre! —exigió en la recepción de urgencias—. ¡Necesito verla, por favor! No puede morirse, no puede dejarme también.
—Cálmese, señorita —le pidió la enfermera, sujetándola por los hombros—. ¿Cuál es el nombre de su madre?
—Sabrina Travis —dijo, temblando incontrolablemente—. Es…
—Oh, la paciente con sobredosis.
Constanza soltó otro grito, incapaz de aceptar que su madre hubiera caído en algo así. Había sospechado que algún día enfermaría, pero jamás imaginó que llegaría tan lejos.
—Dígame que no está muerta, dígame que…
—No lo sé, señorita. El doctor se lo explicará en un momento. Por favor, cálmese.
—No puedo, tengo que verla —sollozó—. Es mi mamá. No quiero que se muera, no.
Al final, no tuvo más opción que sentarse en la sala de espera. Sabía que su hermano llegaría tarde o temprano, pero aun así se sintió completamente sola y desamparada.
—¿Constanza?
Aquella voz grave y exquisita la atravesó como una oleada cálida, casi violenta. Alzó el rostro y se encontró con ese hombre perfecto, mirándola con una ternura que nadie más le ofrecía.
—Señor Davenport —susurró, consternada, poniéndose de pie—. ¿Qué hace…?
—¿Qué haces aquí? —la interrumpió él, preocupado—. ¿Estás herida?
Constanza negó con la cabeza, sin poder apartar la mirada de él.
—Mi familia está rota —murmuró—. Mamá tuvo una sobredosis. Estaba deprimida y bebía, pero nunca pensé que llegaría a esto. Supongo que nadie me quiere lo suficiente como para…
De pronto, los brazos de Cillian la envolvieron por completo. Soltó un jadeo de sorpresa, pero poco a poco se fue relajando, deseando que ese instante no terminara nunca. Sabía que él podía usar su poder para manipularla, pero en ese momento solo quiso aferrarse al hombre que le ofrecía consuelo.
Y desde ese momento, aceptar todo de él fue demasiado fácil.
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Cillian
Todo es cierto. Las noticias están en todos lados, y ya no hay forma de que el país dude de que Olive y yo vamos a tener un hijo. Es la idea más asquerosamente absurda del mundo, cuando preferiría verla a tres metros bajo tierra.
—¿Cómo demonios permitieron que se publicara eso? —le reclamo a Jack, mi aterrorizado asistente—. ¿Te parece gracioso que esto se te haya escapado de las manos? Tu trabajo es mantener mi reputación intachable ante los medios.
—Señor, pero esta noticia no pone en riesgo su reputación —replica, temblando—. Y no fui yo quien la autorizó.
—¡Entonces fuiste tú! —le grito a Olive, que entra a la Sala Oval con la misma altivez de siempre—. Eres una…
—Bueno, tal vez solo así accedas a darme lo que espero de este matrimonio —responde con frialdad—. Es hora de darnos un impulso, ¿no lo crees?
Sonrío. En cuanto termine mi mandato, dejará de existir, definitivamente.
—Tienes menos de veinticuatro horas para desmentir esa maldita noticia —le advierto—. Si no lo haces, la siguiente noticia que autorizaré será la de nuestro divorcio.
—No te atreverías —dice espantada.
—Sigue desafiándome y verás cómo terminas de vuelta en la casa de tu padre, como la inútil que eres —sonrío—. Será mejor que arregles este malentendido de una vez.
—¿Por qué? ¿No te parece mejor que…?
—Dije que lo arregles o, si no, lo haré yo mismo y será peor —la interrumpo, volviendo mi atención a mi celular.
—¡Eres un cabrón! ¡Te vas a arrepentir! —grita antes de irse, azotando la puerta.
Por órdenes mías, Jack va detrás de ella para impedir que haga alguna locura. Si nadie la vigila, es capaz de inventar que vienen gemelos.
—Eso nunca, mi dulce nena —susurro, mirando la fotografía de Constanza en el celular—. Cuando te encuentre, solo tú serás la madre de mis hijos.
Solo tengo que resistir unos meses más. En cuanto termine mi segundo mandato, recorreré el mundo para encontrarla, y nadie podrá impedirlo.
No hay un solo maldito día en que no pida informes, pero todos terminan igual. Su hermano la escondió demasiado bien, pero espero que pronto dé resultado haberlo mandado a prisión por tráfico de drogas y mercancía robada.
No quería llegar tan lejos, pero después de tantos años ya no puedo más. Me niego a creer que esté muerta, y menos aún que se haya olvidado de mí.
La notificación de una llamada borra la imagen de mi Constanza. Aunque me fastidia, respondo porque mi sobrino es la única persona a la que aprecio. Mi humor siempre mejora un poco cuando sé que le va bien.
Es el único Davenport que no da vergüenza. El único limpio de toda nuestra m****a.
—Qué bueno que respondes, tío —dice Damon, con tono alegre.
Hace tanto que no lo escucho así, que sospecho que hay alguien alegrando aún más sus días en Europa.
—Parece que te la estás pasando bien —respondo con una leve sonrisa—. ¿Qué tal todo?
—Llamaba para felicitarte ahora que se confirmó. Supe que tendrás un hijo —dice, y el mal humor vuelve de inmediato—. ¿Por qué no me lo contaste? Creí que eran rumores, pero es verdad.
—Si no te lo dije, es porque también me estoy enterando. Y no, no es cierto —respondo con seriedad—. Solo son rumores, Damon.
—¿De verdad? —pregunta, decepcionado—. Vaya, mi prometida y yo ya pensábamos en comprar regalos para el bebé. Fuiste y sigues siendo el mejor tío de todos, así que estoy seguro de que serías un gran padre.
—Pues no, no seré padre. Aún no —murmuro—. ¿Por qué no me contaste que tienes una prometida? Mejor dicho, ¿por qué no me dijiste siquiera que estabas con alguien?
—Todo ha pasado tan rápido que no tuve tiempo ni de pensarlo. No he tenido cabeza para nada más —se ríe—. Tío, quiero estar con esta mujer el resto de mi vida.
—Me alegra escucharte contento. ¿Quién es la afortunada? ¿La conozco? ¿Pertenece a alguna familia que…?
—No, es una chica sencilla, pero muy independiente. Trabaja como asistente de Amelie Martin.
—¿La diseñadora? —pregunto con desinterés.
—Sí, y es hermosa. La amo, tío.
—Bueno, espero que me la presentes pronto —murmuro—. Tal vez tu compromiso logre que todos se olviden de este maldito fiasco mediático.
—Bien —dice, exultante—. Quiero contarle a todo el mundo que amo a Constanza, que será mi esposa en…
—¡¿Cómo dijiste que se llama?! —pregunto, alterado, poniéndome de pie con el corazón a punto de estallar—. Damon…
—Constanza —repite, sin imaginar que me está arrojando al mismísimo infierno—. Constanza Travis.







