Mundo ficciónIniciar sesiónConstanza siguió caminando por el museo sin lograr concentrarse en nada de lo que el guía explicaba. No era falta de interés, sino un esfuerzo desesperado por no recordar a su padre.
Extrañaba el sonido de su voz, la forma en que movía las manos al gesticular de manera tan graciosa que más de una vez le causó vergüenza. Incluso llegaron a sacarlos de los museos o cines que visitaban cada semana.
«Qué tonta fui», pensó con melancolía, conteniendo las lágrimas. Era tonta por haber querido callarlo, cuando en ese momento habría dado su alma por tenerlo de vuelta. Y el presidente del grupo era un verdadero hijo de puta por sugerir precisamente esa actividad.
Sabía perfectamente que esa era la actividad que compartía con su padre.
—Vamos, chicos, conoceremos al que podría ser nuestro futuro presidente —anunció la emocionada profesora.
Constanza suspiró y se cruzó de brazos, tentada a abandonar el grupo y salir corriendo.
—En lugar de llorar por tu papito muerto, podrías prestar atención a lo que están exponiendo —le dijo Mike al pasar junto a ella—. Vamos a conocer al que podría ser nuestro presidente.
—¿Qué dijiste? —Constanza se detuvo en seco—. ¿Qué dijiste, maldito bastardo?
Todo el grupo se giró hacia ellos, pero a ella no le importó. Mike palideció y abrió la boca para responder, cuando Constanza lo golpeó.
Casi sin darse cuenta, estaba sobre él, estrellando sus puños contra el rostro magullado del débil muchacho, que imploraba que la soltaran.
—¡Te odio, infeliz! —gritó, entre sollozos.
Cada impacto le dolía como si ella misma lo recibiera. Eran los golpes que quería darse a sí misma por no haber podido hacer nada para que su padre no tuviera ese accidente.
—Yo me encargo —dijo una voz grave y profunda, pero Constanza continuó en su empeño por desfigurar al muchacho.
De pronto, alguien la alzó por las axilas. Pataleó y gritó, intentando soltarse, pero las manos que la sujetaban eran enormes y férreas, nada dispuestas a soltarla.
—¡Suélteme! —vociferó Constanza—. ¡Suélteme, tengo que matar a este hijo de perra!
A pesar de que luchó con todas sus fuerzas, aquel hombre no la bajó hasta sentarla en un banco. A su alrededor se oían murmullos, y la palabra «perra» sobresalía entre todos.
Pero todo desapareció en cuanto un rostro hermoso y varonil irrumpió en su campo visual, eclipsando cualquier otro problema. Sus ojos, de un verde claro y profundo, la observaban con preocupación, como si no la culparan por el espectáculo que acababa de montar.
—¿Qué fue lo que pasó? —le preguntó con una dulzura que calentó hasta el más recóndito lugar de su cuerpo—. ¿Por qué lo golpeaste?
—Mi papá —explicó entre sollozos—. Se burló de que lo perdí. Estamos aquí porque no deja de hacerlo. Me van a expulsar, me van a…
—Tranquila, no lo harán —le aseguró mientras le rozaba la mejilla con una suavidad desconcertante—. Confía en mí, nena.
—Sí —susurró, todavía consternada.
No supo hasta horas después que el mismísimo Cillian Davenport había sido quien la consoló. Sus compañeras no paraban de preguntarle si se conocían, incluso insinuaban que eran amantes.
—No, claro que no —respondió indignada—. ¿Cómo podría pensar en eso si mi papá acaba de morir? Son unas idiotas.
Sin esperar la respuesta del grupo de chicas, salió corriendo fuera de la escuela. Como no había vigilancia en la entrada, logró salir sin problemas.
Ahora no solo sufría por el recuerdo de su padre, sino también por las ganas de volver a ver a ese hombre y sentir otra vez ese calor recorriéndole el cuerpo. Ni su madre ni su hermano, perdidos en su propio dolor, habían logrado consolarla lo suficiente. Cillian Davenport era la primera persona que le mostraba un poco de ternura y consuelo.
—Soy una ilusa, ¿cómo puedo querer verlo otra vez? —bufó.
A lo lejos, sin que ella lo supiera, alguien la observaba con un interés inquietante. Aquella mezcla de fragilidad y belleza deslumbrante había hecho estragos en su cuerpo. Sabía que era una locura, algo que podía arruinar su carrera política —que iba por buen camino—, pero aun así se dejó llevar.
—Quiero información sobre ella, todo lo que consigas averiguar —ordenó por teléfono a su detective privado.
—Sí, señor Davenport —le respondió el hombre—. ¿En cuánto tiempo…?
—Lo más pronto posible —lo interrumpió con tono brusco—. Sabes que tendrás el doble de honorarios.
—Entendido, señor.
Estaba dispuesto a pagar lo que fuera, aunque no comprendiera del todo por qué. Aquella muchacha parecía necesitar ayuda, y él deseaba dársela.
Sentía una necesidad casi enfermiza de protegerla.
— & —
Constanza
A pesar del temor que me provoca el parentesco entre Damon y Cillian, decido seguir con mi juego de seducción. Los Davenport tienen un patrimonio tan grande que resulta imposible calcularlo, y por todas las atenciones que Damon me da durante la noche, sé que él también disfruta de esa fortuna.
No está mal. Es apuesto, caballeroso, y tengo la impresión de que haría cualquier cosa por la mujer que ama. Solo tengo que fingir que le correspondo y darme la gran vida.
—Eres hermosa, Constanza, no puedo creer que no tengas novio —dice mientras bebemos un cóctel que no sé qué diablos es, pero está delicioso—. ¿No me estarás mintiendo?
—¿Me estás llamando mentirosa? —Lo miro con una ceja alzada, y él niega de inmediato, avergonzado—. Me encanta cómo te sonrojas. Es raro encontrar a un hombre así.
—¿Sí? ¿Y qué más te gusta de mí? Porque a mí, sinceramente, me gusta todo de ti.
Su forma de acariciarme la pierna me hace sonreír. Sin duda, es experto, aunque no tanto como su maldito tío. Damon es dulce; Cillian, el infierno mismo disfrazado de delicadeza.
—Mmm… Podemos descubrirlo poco a poco —respondo mientras me aparto—. ¿O prefieres que solo sea una noche? Porque puedo…
—No, no, claro que no —me interrumpe con vehemencia y la mirada fija en mis labios—. Me encantaría volver a verte.
Me muerdo el labio inferior, fingiendo inocencia y un poco de timidez.
—Qué alivio, porque también me gustaría volver a verte, Damon —confieso—. No sé qué me pasa contigo, pero…
—Descubrámoslo —dice con emoción, una que me gusta más de lo que debería—. ¿Qué podría pasar?
«Muchas cosas horribles», pienso mientras sus labios se funden con los míos.
Sus labios son demandantes, dulces, exquisitos, pero no son los suyos. Aun así, es perfecto. Esta situación es diabólicamente deliciosa.
Definitivamente, voy a dejar que pasen cosas horribles. Cillian Davenport todavía no ha pagado lo suficiente por lo que me hizo.
—Está bien —murmuro al frenar el beso—. Quiero dejarme llevar.







