Mundo ficciónIniciar sesiónSu madre despertó a los pocos días, pero las cosas no mejoraron mucho. Con todo el dolor de su corazón, tuvo que aceptar que Cillian le buscara una clínica de rehabilitación para que se recuperara no solo de la sobredosis, sino también de la depresión que la consumía cada día.
Para entonces, Omar había reaccionado un poco y se disculpó con Constanza por no haber sido un verdadero hombre de familia. Aunque limaron asperezas, ella ya no volvió a buscar consuelo en él.
Ahora, Cillian Davenport era la única persona en la que confiaba.
Al principio le había costado, pero ahora todas las tardes salía de la escuela y se iba directo al lujoso departamento de ese hombre. Él nunca le había insinuado nada impropio, pero era tan atento, tan dulce, que pronto comenzó a desear que ocurriera, que la viera como algo más que una colegiala en apuros.
—Eso huele delicioso, señor Davenport —dijo mientras se acercaba a la cocina.
—Te dije que puedes llamarme por mi nombre —replicó Cillian con dulzura, sin dejar de mover la carne en el sartén—. No hace falta que seamos formales. Estamos solos.
Constanza apretó las piernas sin darse cuenta. Que Cillian dijera eso solo intensificaba lo que sentía al tenerlo tan cerca.
Sabía que estaba mal, que él probablemente la echaría si se atrevía a decírselo, pero no podía evitar desearlo. Los chicos de su instituto le parecían insignificantes junto a ese hombre de casi dos metros, capaz —al menos en apariencia— de recibir mil balas sin caer.
—Sí, solos —susurró sin pensarlo.
Cillian tensó los músculos y la miró. Otra ola de calor se extendió por su cuerpo, pero esta vez no pudo disimularla y lo recorrió lentamente con la mirada.
Deseaba tenerlo, que él también se rindiera y la hiciera suya. ¿Por qué debía importarle el resto, si nadie había hecho nada por ella?
—Deberías ayudarme a poner la mesa —dijo Cillian, reaccionando al instante, aunque ese matiz ronco en su voz no pasó desapercibido para Constanza.
—Sí, entiendo —respondió, decepcionada.
Hizo una mueca de tristeza antes de salir de la cocina para ordenar el comedor. Mientras acomodaba los salvamanteles, sintió un calor agradable recorrerle la espalda.
Al enderezarse, sintió dos manos recorrerle los hombros con una suavidad que no tenía nada de tierna.
—Eres hermosa, nena —murmuró Cillian, con voz grave—. No puedes pensar que no me gustas.
Constanza se estremeció y dejó escapar un leve gemido.
—Pero no podemos —susurró él, sin dejar de masajear sus hombros—. No sería correcto ahora que estás tan vulnerable.
—Te necesito —contestó Constanza, volviéndose hacia él—. No me importan las consecuencias.
—A tu edad es tan fácil ignorarlas —dijo Cillian con una sonrisa triste, acariciándole el rostro—. Pero cuando…
—No pienses —pidió Constanza, abrazándose a él—. Quiero ser tuya.
—No sabes lo que dices, mi dulce nena —murmuró él, muy cerca de sus labios—. Esto tendrá que acabarse en algún momento.
—El tiempo que dure —jadeó, decidida—. Yo…
En un movimiento brusco, Cillian la tomó de la nuca y la sentó sobre el comedor antes de besarla por fin.
Aunque era la primera vez que besaba, se dejó llevar y correspondió con torpe intensidad a esos labios dulces y peligrosos. Toda esa tensión contenida estalló al fin, arrastrándolos por un camino sin retorno.
Cuando Cillian metió las manos bajo su falda, no tensó el cuerpo. Había deseado tantas veces que eso ocurriera que fue demasiado fácil dejar que esos expertos dedos la llevaran a la locura.
—Cillian, más, más —suplicó al sentir su lengua explorando cada rincón como un sediento.
Subió los pies a sus hombros, y él le acarició las piernas con una lentitud deliciosa. Esa mezcla de sensaciones la llevó al éxtasis total. No se contuvo de gritar, dejándose arrastrar por el torbellino de placer que la sacudía.
Cuando reaccionó, el pánico la invadió. Cillian se había apartado de golpe, respirando con dificultad y el ceño fruncido.
—Puedo irme si quieres —dijo Constanza, con la voz quebrada—. No quiero ser un…
—Silencio —ordenó él, volviendo a acercarse—. No te irás. Pero tendremos que ser discretos.
—No se lo diré a nadie —prometió, con la adrenalina recorriéndole el cuerpo—. Jamás te traicionaría, no después de todo lo que has hecho por mí.
—Mi dulce nena —susurró él, rozándole los labios—. Mientras seas mía, no te faltará nada.
Y Cillian cumplió su promesa al pie de la letra. Desde ese día, ella fue suya y conoció el más absoluto placer.
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Constanza
Damon Davenport es, sin duda, el hombre más maravilloso que he conocido en mi vida. Es caballeroso, generoso, atento y no escatima en sus muestras de amor.
Durante nuestra primera vez me trató como a una reina y, por suerte para mí, sabe exactamente cómo complacerme en la cama.
Pero no es él. Nunca será él.
Aun así, no vivo atormentada por eso. El día que me arrancaron el corazón aprendí a no sentir lástima por nada ni por nadie. No me culpo por saber que jamás amaré a Damon como alguna vez amé a Cillian.
—Mi anillo me encanta, mi amor, pero no debiste gastar tanto —le digo, girando la mano para mostrárselo bajo el agua.
—Lo que gasté no se compara con lo que vale tenerte —murmura, rozando mis hombros con los labios.
Suelto un suspiro y dejo que mi cuerpo se abandone por completo. El agua del jacuzzi está deliciosa, y por un momento deseo quedarme aquí para siempre.
—Tengo que decirte algo, mi amor —dice de pronto, sacándome de mi relajación—. Solo espero que no te molestes.
—Nada de lo que digas podría molestarme, lo sabes —bromeo, riendo suavemente—. A menos que me digas que ya no me quieres; eso sí no lo soportaría.
—No, nunca pienses eso —gruñe, obligándome a girar hacia él—. Siempre te querré, bonita. Eres preciosa, por dentro y por fuera.
—Entonces, ¿qué es lo que querías decirme?
—Se lo conté todo a mi tío. No pude evitarlo —me suelta, dejándome petrificada por un segundo—. Le dije que estamos comprometidos, me ganó la emoción. Sé que no quieres publicar nada todavía porque quieres conocer primero a mi familia, así que pensé que…
Lo interrumpo con un beso, pero al separarme no sonrío.
—Debiste decírmelo antes —respondo con seriedad—. ¿Y si le da por investigarme? Me moriría de vergüenza si llega a saber que mi hermano y mi mamá…
—No, pequeña, claro que no —me interrumpe, con calma—. Mi tío es el presidente de Estados Unidos, no tiene tiempo para indagar en mi vida. Además, confía en mí.
—Precisamente porque es el presidente, quizá quiera una mujer que no te traiga problemas —me río, fingiendo estar tranquila—. Pero no importa, sé que no vas a dejarme, ¿o sí?
—No. Aunque el mundo entero se oponga, no te dejaré —me promete con una mirada intensa—. Mi familia tiene mierdas aún peores que tus problemas, mi vida. Muy pronto resolveremos lo de tu hermano, ¿me crees?
—Por supuesto que sí —le aseguro con una sonrisa—. Tengo que irme, cariño.
—No, espera —me pide, sujetándome de la cintura hasta dejarme a horcajadas sobre él—. Aún no te he dicho lo más importante.
—¿Qué cosa? —pregunto con algo de temor.
—Mi familia quiere conocerte cuanto antes —me anuncia, observándome con cautela—. ¿Estás de acuerdo con que viajemos a verlos?
Me abrazo a él mientras pienso en la respuesta. Ya no me aterra que Cillian me encuentre, pero no sé cómo reaccionará mi cuerpo si vuelve a estar frente a mí.
«Al diablo, Constanza. Los Davenport te importan una mierda», me recuerdo.
—Está bien, mi vida —le respondo con una sonrisa amplia—. El día que tú digas, nos vamos a Washington.







