Constanza
Después de hacer el amor como condenados a muerte, Damon me ayuda a alistarme. No le agrada la idea de que use bikini, pero tampoco me lo impide.
—Te ves hermosa, mi amor —me dice contento—. Es solo que odio que alguien más tenga que mirarte.
—Pero son mujeres.
—Las mujeres no son santas —masculla—. También pueden codiciar la belleza femenina.
No puedo evitar soltar una carcajada.
—Eso sonó muy profundo —digo riendo—. No sabía que también te daban celos las mujeres.
—Pues sí, claro que me dan —gruñe, apretándome los muslos—. Odio que te miren.
—Pues nadie podrá tocar todo lo que es tuyo —le aseguro, y él arquea una ceja.
—¿Estás segura de eso?
—¿Por qué preguntas eso? —respondo con el ceño fruncido.
—Vas a estar saludando de mano y besando a las amigas de mi abuela —resopla—. No me gusta nada.
—Ay, eres tan tierno —me río, llenándole el rostro de besos—. No tienes nada que temer, te amo a ti. No importa cuántas manos me toquen, mi vida ya es tuya.
—Sí, eso es lo que importa —