Constanza
—¿Qué demonios haces aquí, Cillian? —le pregunto agitada, mordiéndome el labio inferior—. Me citaste en la Sala Oval, no en mi cama.
—Sí, pero no pensabas ir.
—¿Cómo lo sabes? ¿Acaso me espías con cámaras otra vez? —me burlo, aunque sospecho que lo hace.
—¿No recuerdas que me encanta observarte todo el tiempo? —susurra, tan cerca que me estremezco—. Constanza, no puedo más. ¿Por qué te empeñas en seguir con Damon?
Me estremezco otra vez al escucharlo tan desesperado. Su voz suena rota, como si necesitara llorar.
—Porque la vida nos puso frente a frente, y no voy a dejar a un hombre que haría todo por mí —le digo, quedándome quieta—. Tú me mandaste al diablo. ¿No tengo derecho a hacer lo mismo contigo?
—No. Absolutamente no —jadea—. Eres mía, Constanza. No puedes renunciar a eso.
—¿Y por qué razón soy tuya? —pregunto, girándome hacia él—. No puedo ser de alguien que no me quiso tener. Yo nací para ser esposa, no amante. Soy yo quien elige a quién tener de amante o si me quedo