Cillian
Regreso a la soledad de mi habitación con el cuerpo temblando entre deseo y desesperación, con unas ganas feroces de incendiarlo todo. Haber estado dentro de ella fue como tocar el cielo para después caer al mismísimo infierno.
¿Por qué demonios sigo atado a esa mujer? ¿Qué maldición lleva en la piel que no puedo olvidarla?
—No puedo, no puedo dejarte —susurro, con la frente pegada a la puerta—. Eres mía, Constanza. Solo mía. Damon no volverá a tocarte jamás.
Golpeo la pared con el puño, intentando sacar la rabia, pero lo único que logro es masturbarme, casi arrancándome el alma con cada movimiento desesperado.
Por más que quiera dominarla, ella siempre encuentra la manera de evitarlo y desarmarme. Constanza es mi dulce y eterna condena.
Termino eyaculando sobre el suelo. El alivio y la satisfacción llegan, pero no una liberación completa. Este es solo un placer sin alma, ínfimo en comparación con el que ella podría darme.
—Volveré a tenerte —susurro, mirando el desastre en