Pasaron dos días más y Hana abre los ojos con dificultad esa mañana, sintiendo cómo cada respiración era una batalla que su cuerpo libraba con menos fuerza.
El zumbido de las máquinas la mantenía anclada a la realidad, pero su alma parecía empezar a desprenderse poco a poco de su cuerpo.
Con un hilo de voz, pidió a la enfermera que llamara a su prima Jazmín. Sabía que el tiempo se le escurría como arena entre los dedos, y necesitaba decirle aquello que llevaba días guardando en su pecho.
Jazmín llegó minutos después, con el rostro cansado, pero al ver a Hana forzó una sonrisa. Se acerca a la cama y toma su mano, apretándola con ternura.
—Prima... —susurra Hana, con su mirada apagada pero llena de amor—. Gracias por venir.
—Siempre, Hana —responde Jazmín, inclinándose un poco más para escucharla—. ¿Cómo te sientes?
—Cansada... muy cansada —admite Hana, con una pequeña sonrisa triste—. Pero tenía que verte. Necesito pedirte algo...
—Lo que quieras —dijo Jazmín sin dudar—. Lo que necesit