Damián se transformó. Su forma humana se desvaneció en una explosión de energía oscura. Cuernos largos se alzaron sobre su cabeza, su piel se volvió roja, marcada por cicatrices y símbolos antiguos, y sus alas surgieron como látigos de sombra. A su lado, Kael ya había hecho lo mismo: su figura esbelta se tornó salvajemente imponente, con colmillos afilados y ojos tan oscuros que parecían tragarse la luz.
Los demonios enemigos rugieron al unísono, una sinfonía del infierno que sacudió los árboles.
Y entonces, sin previo aviso, atacaron.
El primero en embestir fue un demonio que duplicaba el tamaño de Damián, con una fuerza brutal que lo lanzó contra un árbol, haciéndolo crujir y partirse en dos. El impacto le arrancó un gruñido, pero se levantó de inmediato. Su pecho ardía, sus costillas se quejaba