Emma abrió la puerta de su apartamento con la llave en una mano y el corazón latiéndole en la garganta. La jornada en la galería había sido más larga de lo normal, pero lo que realmente la tenía nerviosa era lo que vendría ahora. Desde que tomó aquel café, una extraña calidez se había instalado bajo su piel. No era desagradable... era como una electricidad silenciosa que vibraba por dentro.
Cerró la puerta con cuidado, se quitó los tacones, y cuando levantó la vista, lo vio.
Damián estaba sentado en uno de los sillones, relajado, con una pierna cruzada sobre la otra y una copa de vino en la mano. El traje oscuro que llevaba parecía hecho a la medida de sus hombros anchos y su cuerpo perfectamente tallado. La luz tenue del apartamento resaltaba sus facciones, y una sonrisa ladeada adornaba sus labios mientras la observaba con intensidad.
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