Capítulo 32.
Liam salió de la suite Harrington sin mirar atrás. No tomó el maletín de dinero de emergencia ni siquiera el abrigo. Dejó la llave del auto de la familia en la mesa del vestíbulo y se fue, la figura de un hombre desposeído. La camisa de seda que Eleanor le había regalado se sentía como un envoltorio.
Eleanor le había dado su libertad, pero con el precio de su alma. Al desvincularse de él, lo había despojado de su propósito, de su ancla. La misión que lo había consumido era ahora insignificante al lado del vacío que ella dejaba.
Caminó sin rumbo por la Quinta Avenida. La lluvia comenzó a caer, fría y persistente, pero no se inmutó. La depresión era un bloque de concreto en su pecho. Se le habían salido las cosas de las manos de la peor manera: no había salvado a su padre, no había protegido a Eleanor, y ahora el Emisario vendría a buscarlo en una semana.
Finalmente, su instinto de exiliado lo guio. Entró en el corazón de Manhattan y encontró un lugar que le recordaba a su hogar perd