7

Me pasé el resto de la tarde mirando furtivamente a la calle. Si la señorita Morgan notó algo, no me preguntó al respecto.

«Voy a hacer unos recados»

«Vendré más tarde»

Sin sentirme todo lo culpable que tal vez debiera por mentir a mis padres, salí de la biblioteca con un nerviosismo que nacía en la boca de mi estómago y me recorría de arriba abajo.

Era imposible no verle.

Estaba apoyado en una de las columnas que había sobre la escalinata de acceso a la biblioteca. Sus ojos buscaron los míos y me ruboricé mientras me acercaba a él.

No éramos más que un par de extraños que de alguna forma se sentían atraídos el uno por el otro. Incluso si él era un lobo.

―Aquí estás.

―¿Lo dudabas? ―me cuestionó y me encogí de hombros―. ¿Cómo ha ido?

―Bien, supongo. Nadie ha intentado asesinarme en la última hora y media ―le contesté haciendo referencia al momento en el que nos habíamos conocido.

―Sobre eso, sin que sirva de precedente, me alegro a que el chupasangre llegara a tiempo.

―Yo también, crée
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