6

La biblioteca era un remanso de absoluta paz, aunque supuse que mucho tenía que ver el hecho de que se habían acabado los exámenes semestrales y mi turno acababa a las cinco, así que, a excepción de algún anciano que había venido a leer el periódico en las butacas, habíamos estado la señorita Morgan y yo más solas que la una.

Para cuando mis excompañeros de facultad empezaran a preparar de nuevo los exámenes, sabía que tendría que enfrentarme a caras conocidas y a preguntas que me apetecían una m****a. Muchos de mis compañeros quedaban para estudiar allí y, de hecho, yo había ido en alguna que otra ocasión, durante mi primer año. No tengo claro cuándo dejé de hacerlo. Ni tampoco importaba, en realidad.

Pese a la carencia de clientes, la señorita Morgan me había tenido más que entretenida clasificando libros. Pese al paso de los años, estaba igual a como la recordaba: llevaba el pelo gris canoso anudado en un formal moño en su cogote y seguía usando las mismas gafas en forma de medialuna para leer, aunque se pasaba una buena cantidad de tiempo mirando por encima de ellas.

—¿Te ayudo a decidir? —me preguntó una voz suave, casi como un ronroneo, situado a pocos metros de distancia.

Mi corazón empezó a latir con fuerza mientras sentía un cosquilleo en la nuca. Mi pulso se agitó. Y sentí un hormigueo que me recorría de arriba abajo mientras me giraba hacia la voz. Como si supiera que sus ojos estaban estudiando cada maldito centímetro de lo que yo era.

Estaba apoyado sobre una de las columnas de cemento, pero bien podría parecer que la sostenía. Tenía la piel bronceada por el sol y un cabello rubio con matices dorados, pero eran sus ojos, de un verde que me hacía recordar las praderas en primavera, las que me ayudaron a reconocerle. Incluso si nunca le había visto antes. No así, en cualquier caso, con esos labios carnosos en los que había una generosa sonrisa y ese aire de suficiencia de quien está justo donde le apetece, sin importarle lo que pueda opinar nadie al respecto.

Vestía unos tejanos y una camiseta deportiva, sin marcas, pero se le veía impresionante. Tal vez porque era alto, de espalda ancha y cuerpo esculpido en puro músculo. Habría quien pensaría que se trataba de uno de esos tipos adictos al deporte que se hincha a batidos proteicos y se pasa las horas en el gimnasio. Podrían, sí, pero yo tenía la absoluta certeza de que debajo de su aspecto relajado y alegre había un formidable lobo de pelaje dorado.

Mi lobo.

Me atraganté con aquella realidad. Estaba en ese punto que roza el pánico y la curiosidad, lo admito.

—¿Qué haces aquí? —Ladeó la cabeza y me estudió, como si le sorprendiera mi pregunta.

―No esperaba que me reconocieras tan rápido. ―No parecía culpable ni preocupado por el hecho de que le hubiera descubierto. Lo que era extraño. Que hubiera sido capaz de reconocerle cuando apenas habíamos cruzado una mirada y en esos momentos era una mole peluda con aterradores colmillos y garras. Intenté obviar aquel recuerdo.

―No me has respondido. ―Alcé el mentón y aquel gesto rebelde creo que le divirtió. Era imposible que estuviéramos el uno frente al otro por una mera casualidad.

—Quería asegurarme de que estabas bien.

¿Solo eso? Ni tan mal entonces. Si no fuera porque el pulso me estaba traicionando y que mi cuerpo parecía encenderse, cual hoguera, bajo su mirada, casi podría fingir que aquel encuentro me traía sin cuidado y que no me sentía atraído por ese lobo. ¡Un lobo!

―Estoy bien, gracias.

Si esperaba que con eso se contentara y se largara, estaba completamente equivocada. Lo supe por la media sonrisa que asomó de nuevo a su rostro y la forma en la que me miraba, como si sintiera una terrible curiosidad por mi humilde persona.

―Llevo desde el sábado buscándote. Lo cierto es que me ha costado un poco encontrarte. ―Vi que inspiraba con fuerza por la nariz y supe que de alguna forma estaba captando los olores de mi cuerpo, de lo que yo era, como quien saca una fotografía con su teléfono móvil.

—¿Sueles perseguir a las damas en apuros a las que rescatas? —le pregunté con las cejas alzadas, necesitaba algo... aunque no estaba muy segura de qué esperaba exactamente. Me arrepentí de haber abierto la boca, pero ya estaba hecho.

—No suelo rescatar damas en apuros —me dijo tras unos segundos, con una sonrisa—. Y tampoco tengo por costumbre obsesionarme con una dama hasta el punto de buscar su rastro por toda la ciudad durante dos días. No sé por qué, pero necesitaba volver a verte. Pensaba que solo era curiosidad. Tenía intención de observarte de lejos, asegurarme de que estabas bien, y ya está. Como puedes ver mi voluntad a veces es voluble.

Diría que más que culpable estaba divirtiéndose a mi costa, incluso si sus palabras habían hecho que en mi estómago bailaran mariposas y mi corazón se acelerara. Lo que era un problema.

Los lobos tenían un olfato mega sensible que les permitía reconocer a las personas sin verlas, pero también detectar cosas como enfermedades o estados anímicos. Miedo, por ejemplo. Pero también excitación. Esperaba que confundiera uno con el otro, porque tenía una mezcla de ambas emociones latiendo a un tiempo en mi interior.

―¿Te gusta la astrología? ―No sé cuánto tiempo llevábamos allí quietos, observándonos el uno al otro, para cuando volvió a romper el hielo.

―¿La astrología? ―Se acercó y señaló con el mentón el libro que sostenía en las manos―. No, yo, estoy trabajando aquí. Los estaba guardando.

―¿Trabajas aquí? ―No parecía crítico.

―Algo así.

―Tu rastro es muy sutil, ¿me estás mintiendo? ―Sonrió con picardía y puso la palma de la mano abierta frente a mí. Tardé un poco en reaccionar y entender que me estaba pidiendo que le entregara el tomo que cargaba. Se lo tendí y se acercó a la estantería. El volumen en cuestión tenía que ir a la última repisa, algo que suponía un logro para mi metro sesenta y poco.

Lo colocó en su lugar y se apoyó sobre la propia estantería. Condenadamente cerca de mí.

―He empezado a trabajar hoy. ―No es que tuviera que darle ninguna justificación, pero me encontré haciéndolo.

―Eso sí tendría sentido. ―Se mordió el labio inferior en un gesto condenadamente sexy antes de volcar su atención en los libros que había entre nosotros―. Si me permites un consejo, creo que este estaría bien para empezar.

Sacó un tomo de entre los libros y me lo tendió. Me encontré cogiéndolo con manos trémulas.

―¿Te gusta la astrología? ―le pregunté con curiosidad.

―A los míos nos apasiona todo lo que tiene que ver con la naturaleza y su vertiente más… salvaje.  ―Tragué saliva con cierta dificultad―. ¿Has ido de acampada alguna vez? ―Negué con la cabeza y él asintió―. Supongo que tendremos que ponerle remedio en algún momento; te gustará.

¿Acababa de hacerme algo así como una proposición aquel lobo? ¿O mi volátil imaginación me estaba jugando una mala pasada?

―Gracias, creo. Me lo leeré. ―Era lo mínimo que podía contestarle, ¿no?

Sus ojos verdes brillaron con una chispa de satisfacción. Había algo latiendo entre nosotros, en ese momento. Como si existieran miles de hebras invisibles que nos conectaban. Si algo así era posible. Y me sentía tan confundida como ansiosa de saber más de él. Aún sabiendo lo que él era. Como si no me importara.

―¿Puedo invitarte a un café o a un refresco cuando acabes tu turno? ―Su pregunta me tomó totalmente por sorpresa.

Yo era la típica poca cosa. Anodina. Y él no solo era enorme, en el buen sentido de la palabra, sino que destilaba una sensualidad que podía llegar a ser abrumadora. Algo tienen los lobos, por eso de su alter ego animal, que los hacen peligrosamente deseables.

El que había frente a mí no era una excepción. Más bien el cum laude de los tíos buenorros, incluso si había alarmas parpadeando a su alrededor de todos los motivos por los que debería poner distancia entre nosotros en vez de quedarme allí, deseando… no tenía del todo claro el qué.

―Me quedan un par de horas para…

―Perfecto, te espero.

―¿No tienes nada mejor que hacer? ―Había sonado muy borde, lo admito, pero no pareció molestarle―. Quiero decir, ¿en serio vas a quedarte esperando tanto tiempo para ir a tomar algo conmigo? ―Fruncí el ceño, confundida.

―Te esperaría toda la vida si fuera necesario. ―Bromeaba. Tenía que estar bromeando―. Dos horas es bien. ―Me guiñó un ojo―.  Por cierto, me llamo Jan.

—Atlantic.

Le tendí la mano derecha en un gesto formal y él frunció el ceño, como si no tuviera claro qué hacer. Me ruboricé. Igual ese tipo de costumbres no eran habituales entre lobos, aunque teniendo en cuenta que llevaban toda la vida en contacto con humanos, tampoco es como que pudiera criticarme por mostrarme cordial. Tal vez el lobo frente a mí era alguien socialmente inadaptado.

Antes de que la retirara, acabó rodeando mi pequeña mano con la suya. Su piel era dura, como la de alguien que está acostumbrado a trabajar duro. Sin embargo, no se sintió incómodo, más bien al contrario. Sentí un cosquilleo en la nuca y una ola de calor recorrió mi cuerpo mientras él me sostenía la mirada. Un pulso. Como un latido.

Sentí que su mano tiraba de mí y me encontré colisionando contra su torso, sus brazos rodeándome. Rozó mi cabello con la nariz y escuché algo así como un ronroneo mientras me temblaban las piernas y un deseo voraz me quemaba por dentro.

―¿Puedo besarte? ―Apenas un susurro ronco, como si ese momento, la proximidad entre nosotros, le afectara de la misma forma que a mí.

―Creo que no.

Se inclinó y sus labios se posaron sobre los míos. Apenas una caricia antes de que nos encontráramos buscando al otro. Sentí sus dientes atrapar mi labio inferior y succionar de él con delicadeza mientras sus brazos me apretaban contra su cuerpo.

Me encontré jadeando y solo entonces me liberó de aquel beso, pero no de su abrazo.

―Debo advertirte que tengo un cierto problema con la negación y la autoridad ―murmuró en un tono burlón, observando mi labio hinchado como si fuera la cosa más interesante que había contemplado en toda su vida―. ¿Puedo hacerte una pregunta?

―Supongo. ―Sentía mi corazón latir frenético. Deseaba cosas que no debería. Y menos teniendo en cuenta el lugar en el que estaba. Casi esperaba que en algún momento la señorita Morgan apareciera. Mala cosa.

―¿Te ves con alguien?

―¿Un novio quieres decir?

―Lo que sea.

―Quizá deberías de haberme preguntado eso antes de besarme, ¿no crees?

―Es posible, pero los instintos son los instintos.

―¿Y si te dijera que sí? ―le cuestioné sintiéndome de repente alegre.

―Te diría que va siendo hora de que le dejes. ―Me arrancó una pequeña carcajada que resonó por el pasillo. Me sonrojé.

―Hace un tiempo que no salgo con nadie.

―Bien. ―Rozó de nuevo mi cabello con su nariz―. ¿Y cómo verías lo de salir con un cambiante?

―¿Complicado?

―Eso no es un no. ¿Y si en vez de como un «complicado» nos lo planteamos como un «interesante»? ―rebatió con una amplia sonrisa.

―Apenas nos conocemos.

―Eso es fácil de solucionar. ―Me liberó de su agarre―. Nos vemos en un rato.

Apreté los labios. Porqué no supe qué contestarle. Era una locura. Yo era una humana con un cero por ciento de espíritu aventurero. Y él era un lobo. Uno que era capaz de encender mi cuerpo con apenas un roce.

Inclinó la cabeza antes de darme la espalda y alejarse.

¿Me esperaría?

¡A la m****a!

Llevaba tanto tiempo sintiéndome aislada y vacía que, si por una vez algo ―o alguien― me hacía sentir así de viva, bien me merecía dejarme llevar. Sabía que sería algo fugaz. Los lobos no buscan humanos para relaciones estables, pero a esas alturas de la película, ni siquiera me importaba.

No tenía la más remota idea porque Jan se había fijado en mí, pero lo que me había hecho sentir en apenas un beso hacía que los contras quedaran ahogados por los pros.

Estaba dispuesta a arriesgarme, por una vez. Sin obsesionarme con nada más allá del presente. Llevaba tanto tiempo luchando por un futuro que se había desvanecido entre mis manos, que estaba cansada.

Quizá un romance furtivo, prohibido, me ayudaría a despertar de aquel letargo en el que llevaba sumida durante demasiado tiempo.

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