El miedo dejó paso al odio. Uno irracional. Como jamás lo había sentido antes. Me quemaba la piel. La sangre me ardía, pero mi voz quedó ahogada con el ruido de dos cuerpos colisionando uno contra el otro.
Algo en mí ansiaba salir en forma de grito, pero mi voz quedó ahogada cuando vi que el vampiro que había intentado atacar a mi padre había impactado contra la pared de uno de los edificios del callejón. A pocos metros de mí. Y, frente a él, había una sombra a la que tan solo podía ver la espalda. Un hombre de espalda ancha cubierta por una levita.
Como si de repente tuviera la capacidad de ver el mundo a cámara lenta, observé al hombre enfrentarse al salvaje. Por la velocidad de sus movimientos, supe que no podía ser humano. Otro depredador. Uno que, al menos, no parecía querer incluirnos en su menú de esa noche.
Mi padre se acercó a mi madre para abrazarla mientras yo no perdía de vista al vampiro que aún permanecía oculto mientras un feroz combate se debatía a tan solo unos pocos metros de nosotros. Adrenalina en estado puro.
Mi cuerpo se tensó en un acto reflejo cuando el vampiro oculto entre las sombras se lanzó contra mí. Como si un instinto primitivo me guiara, separé las piernas para soportar el impacto.
Fue doloroso, como debe de sentirse cuando un coche te arrolla, pero en vez de quejarme, usé su impulso, la inercia de su movimiento, para dejarme caer hacia atrás, arrastrándolo conmigo, y le empujé con fuerza con las piernas, golpeándole con fuerza en el abdomen y usando la propia fuerza del impacto en su contra.
No sabría explicar el cómo.
Pero el vampiro acabó volando por el aire, mientras yo rodaba por el suelo. Me encontré de pie antes de ser consciente siquiera de haber decidido levantarme. Como si la contusión o la situación hubiera despertado en mí un instinto de supervivencia que me había permitido reaccionar donde cualquier persona en su sano juicio hubiera colapsado.
Vi que el vampiro rodaba por el suelo, al caer, y se levantaba de nuevo. Me observó. Con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Sentí un pulso latiendo en mi interior. Una fuerza que jamás pensé que tenía. Alcé el mentón y le sostuve la mirada. Sin dejar que lo que él era me intimidara.
No podía permitirme que percibiera mi miedo.
Contra todo pronóstico, me encontré sonriéndole. Lo que había hecho era una proeza, sí, pero aún más esa sensación que me recorría y que hacía que me sintiera bien. Como si algo en mí hubiera despertado.
Me sentía poderosa. Empoderada. Incluso si solo era una humana. En esos momentos me sentía mucho más que eso. Aunque dudo que hubiera podido enfrentarle si hubiera vuelto a cargar contra mí. No lo hizo, en cualquier caso.
El héroe que se había interpuesto al ataque del primer salvaje había acabado con esa amenaza y no perdió el tiempo en enfrentarse al salvaje que me había atacado. Vi como sus golpes eran tan precisos como letales y me fascinó la belleza brutal del combate que se desarrollaba frente a nosotros.
Para cuando se escucharon varios aullidos resonando en el aire, cada vez más cerca, el segundo salvaje se había convertido en poco más que un montón de polvo. Me estremecí, la piel erizada, cuando tres lobos llegaron hasta nosotros.
Eran enormes.
Y no había duda de qué eran, porque los tres estaban transformados en bestias cubiertas de pelo, afiladas garras y colmillos letales.
El vampiro de la levita empezó a sacudirse los restos de polvo de su ropa, ignorando a los lobos, como si le preocupara más haberse ensuciado que la aparición a escena de varios miembros de una manada. Era un luchador experimentado que había acabado con dos salvajes y supuse que se consideraba superior a los lobos, por eso del ego arrogante propio de su especie.
No tenía clara si era una posición muy inteligente.
A diferencia de los vampiros salvajes, los lobos saben trabajar en equipo. Y en un tres contra uno, dudo que el estado de su levita debiera ser la mayor preocupación del tipo que acababa de salvarnos la vida.
Me acerqué a mis padres, que seguían abrazados. Mi madres estaba temblando y mi padre le susurraba palabras conciliadoras, consciente de que la peor parte ya había pasado.
Existía la posibilidad de que lobos y vampiro acabaran ajustando cuentas a su manera, pero con un poco de suerte podríamos ubicarnos en un lugar seguro antes de que la sangre de unos o el polvo del otro acabara cubriendo el asfalto.
Desde esa posición pude ver con más detalle a nuestro salvado: tenía el cabello de color oscuro, ojos negros, como los de mi padre, pero su piel tenía ese tono blanquecino propio de los vampiros. Por si tenía alguna duda, la visión de dos afilados colmillos asomando en su boca, me obligó a aceptar su realidad.
Vi que hacía una mueca al mirar a los lobos, como si le molestara su presencia.
No era la primera vez que estaba ante unos u otros, pero nunca de aquella forma. Aún viviendo en una burbuja, había coincidido con lobos o vampiros en situaciones controladas, como eventos deportivos o cosas de esas. Sin embargo, nunca había visto a un vampiro exponer sus colmillos o a un cambiante en su forma animal. Y estaba impactada. No puedo negarlo.
Era como si, aunque supiera que existían, una parte de mí se había aferrado a negar su existencia.
—Largaos, aquí ya se ha acabado la fiesta. —El vampiro usó un tono autoritario que a los lobos no les gustó lo más mínimo. Dos de ellos le gruñeron por lo bajo y un tercero se avanzó. Vi como convulsionaba y, contra todo pronóstico, empezó a convulsionar para transformarse en su versión humana.
Me ruboricé al verle totalmente desnudo, pese a que el tipo tendría unos cincuenta años. Estaba en forma y destilaba una mezcla de arrogancia y autoridad que hizo que, por un momento, me hubiera gustado ser pequeña. Más pequeña, quiero decir. O, mejor aún, ser invisible.
—Es el tercer ataque esta semana —le soltó con una voz ronca que hizo que me estremeciera—. O limpiáis el nido de dónde vienen eses salvajes o lo haremos nosotros.
—Ocúpate de tus renegados y nosotros nos ocuparemos de los nuestros —le contestó el vampiro sin inmutarse.
Algo en su voz se me antojó familiar. La cadencia, tal vez. Era melódica. Me encontré alzando el mentón, buscando su olor, y aunque era dulzón, no tenía esos matices desagradables que había percibido cuando habían aparecido los salvajes.
Pese a la distancia, pude ver su rostro con más detalle. Su mirada era adulta, aunque por su aspecto aparentaría veintitantos, no más. Algo debió de llamar su atención, porque desvió su mirada del lobo en pelotas para centrarla en mí. Sentí un sudor frío. Un escalofrío en la nuca.
Joder.
Había algo en él.
En la forma como me estaba estudiando.
¿Tal vez había decidido que yo formaba parte de su menú, después de todo?
Me tensé. Tal vez debería haber desviado la mirada. Dicen que ante un vampiro lo mejor es mostrarse sumiso. Llevaba tanto tiempo haciendo lo que se supone que debía hacer, que me encontré haciendo justamente lo contrario.
Alcé el mentón.
Y le sostuve la mirada.
Sentí algo que tiraba de mí, pero me mantuve impasible. Sus ojos negros. La belleza hipnótica de sus rasgos. Tal vez estaba intentando hacer uso de una de esas habilidades mentales de su especie conmigo en ese momento.
—Si tocan a uno de los nuestros, no pararemos hasta limpiar la zona y no perderemos el tiempo haciendo distinciones entre salvajes e idiotas con traje.
—Supongo que eso pretendía ser una amenaza. —El vampiro dejó de mirarme con ese interés un tanto inquietante para centrarse en el lobo—. Estaré encantado de transmitir la información a mis superiores. Creo que es hora de retirarnos.
—Ciertamente —convino el cambiante. Tras un par de convulsiones se convirtió de nuevo en una enorme masa de músculo, dientes y pelambrera cobrizo.
Me quedé presa de cómo su cuerpo cambiaba y, para cuando quise centrar mi atención en el vampiro que nos había salvado, este había desaparecido. Me molestó aquello. Como si de alguna forma quisiera haberle dicho algo. Un gracias. No sé. ¿Qué se dice en una situación como aquella?
Con esa sensación de vacío, me centré en los lobos. De alguna forma supe que estaban hablando entre ellos. No es que fuera un secreto que cuando estaban transformados en su versión lobo podían usar algo parecido a la telepatía entre miembros de una misma manada.
Observé al lobo que se había transformado darnos la espalda. Un segundo lobo, más pequeño y de color rojizo, se giró, dispuesto a seguirlo, pero el tercero, uno tan grande como el que había liderado la discusión como el vampiro, se quedó quieto. Mirándome.
Sus ojos eran verdes y parecían brillar en la oscuridad. Sentía la boca seca. Dio un paso hacia mí y sentí que mi cuerpo temblaba. No sabría decir exactamente el porqué. Era enorme y desprendía una mezcla de fuerza y masculinidad que me abrumó.
Creo que pudo sentir mi miedo, porque detuvo su avance, pese a que sus ojos seguían fijos sobre mi humilde persona. Agachó las orejas, en un acto que supuse que pretendía demostrar que pretendía ser amigable, y volvió a acortar la distancia que nos separaba.
No sé qué habría pasado si un rugido furioso, al final de la calle, hubiera reclamado su presencia. Vi que gruñía por lo bajo, como si le cabreara esa intromisión, pero al final acabó dándonos la espalda y se alejó de mí a un trote ligero.
Me sentí aturdida.
Como si deseara que no hubiera hecho aquello.
Alejarse de mí.
Vi cómo desaparecía, tras seguir al resto de su grupo. Me sentí vacía. Como si su ausencia me pesara. Lo que no tenía sentido. Porque no debería sentir a un lobo como si fuera mío.