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Capítulo 2: Reencuentro con el demonio

Diez años después••

—Señora Castillo, ¿me está escuchando? —La voz de la doctora me sacó de mis pensamientos. 

Por alguna razón, mi mente estaba perdida en el pasado, en el horrible suceso que me obligó a dejar la ciudad que me había acogido desde que había llegado a este país. Mi padre y yo tuvimos que hacer las maletas esa misma noche, huyendo como ratones por miedo a que esas personas que se creían tan superiores a nosotros llamarán a migración, para terminar de hundirme por un crimen que no cometí. 

Hemos decidido ocultarnos en esta pequeña ciudad desde entonces, era algo rústica y atrasada a comparación del resto del país, pero era segura. Lejos del control de los Ronchester,  lejos de Connor. 

—Una disculpa, doctora —balbuceé. 

La mujer de tercera edad sonrió gentilmente. 

—Tranquila, es normal. Para ser tu primera vez como madre subrogada, lo estás manejando muy bien. 

Sus palabras buscaban llenarme de aliento, pero era inútil. No estaba alquilando mi vientre en busca de dinero fácil, era mi último recurso para sobrellevar las deudas, los gastos hospitalarios. El año pasado mi padre había sufrido un accidente en el trabajo, por negligencia de la empresa. Lo dejaron tirado frente a un hospital después de lo ocurrido y se largaron, lavándose las manos. Ellos eran conscientes que nosotros éramos ilegales, que no podíamos demandar bajo ninguna circunstancia y se aprovecharon de eso. 

Me tuve que hacer responsables de todos los gastos, cada cirugía y las que aún faltaban. Mi sueldo como camarera de piso no era suficiente para mantenerme a mí, a mi padre y a los prestamistas a los que tuve que recurrir cuando no fui capaz de pagar la cama de hospital donde mi padre continuaba posgrado, sin poder levantarse. 

—Le haremos un análisis de sangre dentro de tres semanas para descubrir si la Inseminación Artificial fue un éxito —añadió—. Esperemos que los resultados sean los esperados y usted se encuentre embarazada. 

Embarazada. 

Las palabras sonaban irreales. 

Seguía intentando procesar que tuve que alquilar mi vientre por dinero, destruyendo todos mis principios. Pero la desesperación obliga a las personas a tomar decisiones extremas. Y cuando ese folleto de la agencia de gestación subrogada fue pasado debajo de mi puerta, me encontré a mí misma marcando el número. 

Al salir del consultorio, aprovechando que estaba en el hospital, me dirigí a la habitación de mi padre. Pero al estar frente a su puerta, no tuve la gallardía de pasar. 

No podía darle la cara después de haber alquilado mi vientre, ¿cómo podía decirle que mi primer hijo, sería entregado a un desconocido a cambio de dinero? Se le partiría el corazón.

Ni siquiera yo estaba preparada para ver al bebé que crecerá nueve meses dentro de mi vientre, ser arrancado de mis brazos una vez que dé a luz. 

________________

A pesar de haber alquilado mi vientre, seguía asistiendo a mi empleo como camarera de piso en un lujoso hotel. Nada era seguro hasta que la prueba de embarazo dé positivo. Y aun así, tendría que seguir trabajando, estando embarazada. 

Si dejaba de hacerlo, sería despedida y tendría que volver a conseguir trabajo después de los nueve meses de embarazo, cuando el contrato culminará. Y no podía permitir eso. Esta ciudad era muy pequeña y conseguir un nuevo trabajo sería una verdadera pesadilla. En especial cuando eres ilegal y te quieren pagar por debajo del sueldo mínimo. Y por necesidad… Uno aceptaba. 

Ya casi habían pasado las tres semanas. Mañana por fin sabría si estaba embarazada. 

—¡Vamos a tener un nuevo inversor en la ciudad! —Escuché a alguien murmurar a mi lado, mientras esperábamos que cambiara el semáforo. 

—¿De verdad? —habló otro con voz entusiasta—. Ya era hora que alguien invirtiera en la ciudad. Sería un gran progreso para nosotros.

—¿Están hablando del empresario que llegó hoy a la ciudad? —intervino una mujer.

Vi sobre mi hombro, notando como los desconocidos hablaban entre ellos, evidentemente emocionados. Era normal que actuarán de esa forma, después de todo, esta era una de las pocas ciudades del norte que no tenía nada importante. Ni compañías, turismos, recursos naturales, nada que ofrecer. Por eso era la ciudad perfecta para mí, ya que Connor jamás pisaría una tierra tan alejada de los lujos. 

No quería ni encontrarme por accidente con él. Ni siquiera enterarme que estábamos en la misma ciudad.

Su presencia en mi vida fue como una mancha que se negaba a borrarse.

—Sí, no se sabe la razón de su visita, pero las sospechas son grandes —Las voces detrás de mí volvieron a llamar mi atención—. Pertenece a una de las diez grandes familias del país. Ha invertido en todas las ciudades que visita. Parques de atracciones, centros comerciales, zonas recreativas, tiendas minoristas.

Un escalofrío recorrió mi espina. 

Pertenece a una de las diez grandes familias…

El rostro de Connor vino a mi mente, pero me obligué a apartarlo rápidamente.

—Al parecer es el actual dueño de la fortuna… —El semáforo cambió de color y no dudé en caminar, muy lejos de aquella conversación que me erizaba el vello del cuerpo. 

Por alguna razón, sentía que mi corazón comenzaba a latir rápidamente, como si pudiera sentir que algo malo estaba a punto de pasar. 

Al llegar al hotel, mi cabeza estaba hecha un nudo. En lugar de estar pensando en aquella conversación ajena, mi preocupación debería ser el bebé que podría estar creciendo en mi vientre. Mi primer bebé. Uno que debo ver como un producto pendiente a entregar, no como un ser humano con el que cargaré nueve meses dentro de mí. 

Negué con la cabeza. 

«No, pensar en eso era mucho peor»

—La decisión ya había sido tomada. No podía arrepentirme ahora… —murmuré para mí misma.

Estaba perdida en mis pensamientos mientras caminaba por el área de servicio cuando choqué con una persona. Su regordeta barriga me echó para atrás. 

—¿Por qué carajos no ves por dónde caminas? —Se quejó el gerente del hotel. 

«Mierda»

Tal vez el mal presentimiento que tuve antes era este, chocar con el ogro disfrazado de hombre. 

Trataba de hacer mis labores muy lejos de él, ya que siempre aprovechaba cualquier oportunidad para despreciarme. Se aprovechaba de mí por ser ilegal, sabía que yo no tenía derecho a denunciarlo por explotación laboral y acoso, así que era su blanco más fácil para desquitar su ira. 

Me insultaba y me llenaba de trabajo innecesario cada vez que tenía la oportunidad. 

—Lo siento, señor Richard —Bajé la cabeza, ya que no podía decir nada mejor. 

Él tenía el poder de despedirme si quería. 

—¡Maldita sea! No sólo llegas tarde al trabajo, también andas con la cabeza en la nube. ¡Pudiste haber ocasionado un accidente! —gritó con ganas, causando que su bigote se moviera exageradamente.

Aproveché para mirar el reloj en mi muñeca. 

¡Había llegado puntual! 

—No, señor. Llegué a tiempo.

—Deberías llegar con quince minutos de anticipación —Se cruzó de brazos, lo que hizo resaltar aún más su gran barriga. Si tuviera un alfiler, ya lo habría pinchado a ver si se reventaba—. Te lo descontaré de tu sueldo. 

Me hubiera gustado responderle a mi manera, pero mi sueldo dependía de ello. Le di la razón, tal y como le gustaba. 

Pasé a su lado y lo escuché decir:

—Por eso no me gusta contratar latinas para esta clase de trabajos. Deberían ser prostitutas, eso es lo único que saben hacer bien de verdad.

Apreté los puños, sintiendo una enorme necesidad de voltearme, de agarrarlo por el cuello y estrangularlo, pero no podía permitirme ese lujo. Tenía que aguantar, pensar en mi padre, en el bebé que podría llevar en mi vientre. 

Preferí seguir caminando, trabajar, distraer mi mente limpiando las habitaciones de gente puerca que dejaba todo hecho un desastre. 

Empujé mi carrito de servicio dentro del elevador, pensando en el punto en que mi vida se había convertido en esto. En limitarme a limpiar los desastres de otros, a pagar gastos hospitalarios y alquilar mi vientre a un desconocido. 

Era una vida desastrosa y difícil, pero no dejaba de luchar por mejorar, salir adelante. Aún tenía la esperanza de cumplir mi mayor sueño: Estudiar, tener una carrera. 

Eso es todo lo que quería. Convertirme en una profesional y vivir cómodamente con mi padre. 

¿Era mucho pedir? 

El elevador se detuvo con un movimiento brusco y las luces parpadearon levemente antes de volver a la normalidad. 

Me quedé encerrada en la caja metálica en medio del octavo piso. ¿Acaso esta era la respuesta del universo a mi pregunta? ¿Se burlaba de mí? 

—Esto debe ser una broma. La vida no me podía tratar peor —murmuré, golpeando el carrito frente a mí. 

El universo tenía algo en mi contra y no sabía por qué. 

—Deberías presionar el botón de emergencia en lugar de lamentarte tanto —Una voz grave y brusca llenó el elevador. 

Me volteé de golpe, sintiendo que el corazón se me iba a salir del pecho al darme cuenta de que no estaba sola. 

Sentí que me quedaba sin oxígeno al ver el hombre que estaba apoyado en la pared.

 Cabello rojo fuego, ojos verdes bosque que parecían albergar oscuridad y secretos, una nariz perfilada digna de una escultura y una mandíbula fuerte, oculta tras una perfecta y recortada barba rojiza. Era hermoso, guapo y malvado.

Lo reconocí al instante, a pesar de ya no ser el joven de antes. Ahora era un hombre con una mirada letal y un aura amenazante. 

Estaba aquí, el mismo demonio pelirrojo del que tanto me había esforzado en escapar durante los últimos diez años. 

Connor Ronchester. 

El universo en verdad se estaba burlando de mí. 

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