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Capítulo 3: Encerrada con el enemigo

Me quedé paralizada, sintiendo que mis pulmones ya no recibían oxígeno. 

Entre todas las probabilidades que existían en este mundo, ¿por qué me tocaba la peor mano? 

Los recuerdos de hace diez años me golpearon, la forma en la que me trató, como me echó de la mansión de su padre como si fuera una vil delincuente, frente a todos sus familiares que ya de por si me odiaban por ser una “extranjera tercermundista”, como dejó que su media hermana me tratara. Él sabía que yo era inocente, que no había hecho nada malo, pero no me defendió. Nos amábamos… No, yo lo amaba, tanto que le entregué mi primera vez, creyendo que era tan especial para mí como para él, pero solo jugó conmigo. 

Connor era el único que había logrado que mi corazón latiera rápidamente cada vez que lo veía, pero después de lo que me hizo, ese sentimiento murió. Jamás olvidaré como me entregó ese puñado de billetes, como si no fuera más que una prostituta. 

—¿No piensas presionar el botón? —repitió. Sus ojos verdes se encontraron con los míos y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. 

La forma en que me miraba... Eran los mismos ojos que destruyeron mi corazón cuando era una pobre ilusa.

¿Qué hacía aquí, en esta pobre ciudad? Mi mente trabajaba a mil por horas, tratando de comprender lo que pasaba, de no dejarme desestabilizar por su presencia.  

Mi mano temblorosa presionó el botón, pero en ningún momento pude dejar de verlo. Pensaba que en cualquier momento me insultaría, me humillaría como en el pasado, pero no lo hizo. Era como si no me reconociera… Como si se hubiera olvidado de mí. 

¿Tan insignificante fui? Él parecía haber olvidado quien era y lo que me hizo. Mientras que yo, tuve que cambiar toda mi vida después de lo ocurrido esa noche. Me marcó a fuego.

Sentí la bilis subiendo por mi garganta. Quería gritarle, insultarlo y… preguntarle como podía ser tan descarado para olvidar el rostro de la mujer a la que humilló sin consideración. Pero no lo hice. Me tragué el veneno. 

Era mejor que no me reconociera. Eso significaba que podía seguir trabajando aquí, ya que no corría riesgo de que llamara a migración. 

—¿Cuánto va a tardar? —preguntó con aquel gesto gélido. 

—Ni idea —respondí a regañadientes, apretando la mandíbula. 

No podía negar que me resultara molesto que no me recordara cuando habíamos compartido tantos momentos juntos, como... novios. Sabía que ya no era la misma joven de antes, que ahora tenía veintiocho años, pero…  ¿Tan diferente me veía? 

Lo detallé de pies a cabezas. Llevaba un traje costoso, a su medida, que dejaba en evidencia un cuerpo bien definido. Mientras tanto yo, estaba con un simple uniforme de mucama, mi cabello rizado recogido descuidadamente en una coleta. 

Era tan molesto que el hombre que me trató tan mal sin razón alguna, le estuviera yendo tan bien. 

Apreté los dientes, sintiendo la rabia filtrándose por mis venas. 

No podía seguir ni un minuto más en este lugar, con él. Iba a terminar embistiéndolo con mi carrito de limpieza. 

Presioné el botón de emergencia una y otra vez, pero los de mantenimiento no daban señales de vida. 

—¿Qué carajos estaba pasando? —Me desquité en español, aprovechando que el demonio a mi lado no entendía el idioma—. No quiero estar un segundo más encerrada con ese maldito imbécil. 

Golpeé la puerta metálica repetidas veces, con fuerza, pero no había respuesta. 

—¿Quieres dejar de hacer ruido? —Me interrumpió Connor, con el ceño fruncido—. Vendrán en cualquier momento. 

Para él era sencillo decirlo, ya que no me recordaba. Pero si se diera cuenta de quién era yo, lo más seguro era que buscará sacarme a patadas del hotel, como lo hizo en el pasado.

Jamás hay que esperar nada bueno de un Ronchester. 

No le respondí, porque no me interesaba entablar una brusca conversación con él. Y sinceramente, ninguna clase de conversación.

Mis ojos fueron a la trampilla en el techo del ascensor y no lo pensé dos veces. Posicioné el carrito en el lugar indicado y con las piernas temblorosas, me subí, sintiendo que las ruedas comenzaban a moverse, pero me esforcé por mantener el equilibrio. Mis dedos sudorosos tomaron la trampilla, en busca de abrirla. 

—¿Estás demente? —gritó, colocando una mano en el carrito, manteniéndolo en su lugar—. ¡Bájate inmediatamente, te vas a caer! 

Una de sus grandes manos fue a mi pierna, rodeando el hueso de la tibia. La sensación era cálida y reconfortante en medio de mi arriesgada maniobra, y eso me molestó. 

—¡No me toques! —Moví la pierna, en busca de liberarme de aquella sensación, pero terminé tambaleándome hacía el frente hasta perder completamente el equilibrio. 

Grité al notar como estaba a nada de estrellarme contra el suelo, pero al impactar, no sentí el metal contra mi cuerpo, sino algo que, a pesar de estar duro y caliente, amortiguó mi caída. 

Abrí los ojos, percatándome que estaba en el suelo, sobre el cuerpo de Connor. 

El olor de su perfume inundaba mis fosas nasales. Mis manos se removieron incómodas, tratando de levantarme, pero solo conseguí palpar su torso evidentemente bien trabajado.

—¡Maldita sea, Catrina! —gruñó, tomándome con fuerza de la cintura mientras me miraba directo a los ojos, con un fuego que buscaba derretir mis defensas—. ¿No puedes estar cinco minutos sin meterte en problemas?  

Me detuve en seco. No por su tono, ni por su agarre firme, sino por sus palabras. 

Él… Acababa de llamarme por mi nombre.

 Sabía quién era yo, pero fingió no conocerme. ¿Por qué? ¿Qué ganaba con eso? 

Alguien como Connor buscaría humillarme, demostrarme en la posición en la que estaba él y en la que me encontraba yo. 

—Tú me reconociste… —murmuré en voz baja, pero él fue capaz de escucharme. Lo sé porque agrandó los ojos, percatándose de lo que había dicho. 

Actuaba como si decir mi nombre fuera un gran error. 

De pronto, las puertas del ascensor se abrieron y dos hombres de mantenimiento nos miraron en la comprometedora posición en la que nos encontrábamos. Me levanté de golpe, con una agilidad que no creí posible. 

Quería saber la verdad, pero también era consciente de que estar mucho tiempo en el mismo lugar que Connor, era un gran error. 

Salí del ascensor con las piernas temblorosas, dejando a los tres hombres y mi carrito de limpieza, atrás. Necesitaba estar sola, procesar lo que acababa de ocurrir y pensar en las consecuencias que me deparará el futuro ahora que mi vida se volvió a cruzar con la de Connor Ronchester. 

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