El aire de la noche en California era suave, casi un bálsamo después de la tensión del hospital. Jade había elegido un vestido sencillo para la cena, algo que la hiciera sentir cómoda, pero que también fuera lo suficientemente formal para la ocasión.

Se miró en el espejo, el anillo de diamante brillaba en su dedo anular, un recordatorio constante de la jaula dorada en la que se estaba metiendo. Cada fibra de su ser gritaba que corriera, que escapara, pero la imagen de su padre, su sonrisa frágil, su nueva oportunidad de vida, la mantenía anclada.

Morgan le había suplicado que no lo hiciera, que encontrarían la manera de pagar ese corazón, pero Jade sabía que lo único que quería Robert era a ella, y que no pararía hasta tenerla.

Robert la recogió puntualmente en la puerta de su pequeña casa. Su rostro irradiaba una euforia casi palpable. Le abrió la puerta del auto con una sonrisa de oreja a oreja, su entusiasmo era un contraste marcado con la pesadez que sentía Jade.

—Jade, mi amor, t