La declaración de Robert había resonado en la pequeña habitación del hospital como una campana desafinada, rompiendo la frágil paz que Jade había intentado mantener.
La mirada de sorpresa y dolor en los ojos de su padre, la resignación final en su bendición, todo se clavó en el corazón de Jade y en el nuevo de Morgan. No podía permitir que Robert siguiera allí, envenenando el ambiente con su triunfalismo. Necesitaba enfrentarlo, lejos de los oídos y la vista de Morgan.
—Robert, ¿podemos hablar afuera un momento? —preguntó, su voz era forzada y tensa, sus ojos fijos en él, una advertencia silenciosa en su mirada. No esperó su respuesta. Se giró y salió de la habitación, caminando con paso rápido por el pasillo.
Robert, con una sonrisa en sus labios, asintió levemente a Morgan, como si estuviera a punto de unirse a una conversación trivial, y siguió a Jade. Él parecía no percibir la tormenta que se gestaba en ella, o quizás elegía ignorarla.
Jade se detuvo en un rincón apartado del pasi