El eco de las palabras de Hywell resonaba en el suntuoso silencio de la oficina: "Tú lo mataste, Jade".
Jade se quedó inmóvil, petrificada, la mente en blanco, el horror de la verdad consumiéndola. No era una duda, no era un sueño; era una confirmación brutal.
Ella había apretado el gatillo. Ella había matado a Nick.
Liam, a su lado, estaba tan pálido como el mármol bajo sus pies. Sus ojos verdes, que segundos antes estaban llenos de apoyo incondicional, ahora estaban abiertos de par en par, fijos en ella con una mezcla de shock, incredulidad y una profunda tristeza.
La revelación había sido un golpe directo a su fe, a la pureza que había proyectado sobre ella. Hywell, observando la escena con una satisfacción cruel, soltó una risa baja y gutural. Había dado en el blanco. La expresión de Liam, la desolación en el rostro de Jade, era exactamente lo que buscaba: desestabilizarlos.
—Ah, la dulce sorpresa del inocente —dijo, su voz era un hilo sedoso de malicia pura, saboreando el momento