La noche era un manto espeso, silencioso y cruel.
Nick, que había estado intentando desesperadamente contactar a algún viejo aliado o encontrar una forma de llegar a Jade, fue abordado brutalmente en una calle solitaria. Los hombres de Hywell lo inmovilizaron con una eficiencia brutal. El impacto de un golpe lo dejó inconsciente, y cuando despertó, estaba atado a una silla en una bodega oscura y húmeda, el olor a moho y polvo impregnando en el aire. La única luz venía de una bombilla desnuda que colgaba precariamente del techo.
Un rato después, la puerta chirrió.
Jade fue empujada al interior, sus ojos vendados, su cuerpo temblaba incontrolablemente. El vendaje le fue arrancado de golpe, y sus ojos, aun adaptándose a la penumbra, se posaron en la figura atada de Nick. Un grito ahogado se detuvo en su garganta.
—¡Nick! —Jade intentó correr hacia él, pero los guardias la detuvieron—. Nick, mi amor, ¿qué te hicieron?
Nick estaba amordazado, golpeado, con sangre en su ropa y rostro. Esta