El aire del baño seguía vibrando con la confesión y el deseo mientras Jade y Robert terminaban de vestirse. En cada movimiento una caricia robada, cada abroche un suspiro compartido. Sus rostros, aunque compuestos, reflejaban una mezcla de euforia; una satisfacción velada y una tensión inminente que se negaba a desaparecer por completo. El sabor del pecado aún persistía en sus labios, como una promesa que ambos anhelaban y que se sentía peligrosa en su audacia.
—Lista, mi Jade? —susurró él, ajustando su propia chaqueta con una facilidad desconcertante. Sus ojos, oscuros y brillantes, se detuvieron en el escote ligeramente desordenado del vestido escarlata de ella, luego en sus labios, hinchados por los besos. Una pequeña sonrisa, casi imperceptible, pero cargada de significado, curvó sus labios. Le gustaba ver a las mujeres descompuestas por él—. Asegúrate de que no se te note demasiado la prisa.
Jade se miró en el espejo, su propio reflejo revelando ojos demasiado brillantes, una ch